LECCIÓN DE ETOLOGÍA SIN SALIR DE LA CIUDAD

Frenesí sexual en aguas de Barcelona

La sepia, un año más, le roba los focos al tiburón con su número de amor, muerte y canibalismo en el Aquàrium de Barcelona

Un macho del Aquàrium acaricia a la hembra durante los largos preliminares.

Un macho del Aquàrium acaricia a la hembra durante los largos preliminares.

Carles Cols

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Que el Aquàrium de Barcelona sea el segundo mayor imán de visitantes de la ciudad, solo por detrás de la Sagrada Família, se debe sin duda a esa julioverniana aventura que ofrece la instalación, que permite caminar entre tiburones, la cúspide de la cadena trófica del mar, donde el hombre es solo un tentempié, un bocado exótico para los escualos. Más de 1,7 millones de visitantes al año atraen los tiburones, pero no hay que menospreciar la contribución que a ese récord de entradas vendidas realizan las sepias, que como cada año por estas fechas ofrecen en Barcelona su perturbador espectáculo de sexo, muerte y canibalismo. Simplemente, irresistible.

Lo que ofrece el Aquàrium cada año justo antes del verano puede parecer así, de entrada, un divertimento, un jajajá a costa de tres tabús sociales como son el sexo desenfrenado, con intercambio de parejas sin fin, la muerte por extenuación en el tálamo, casi como un Kichizo Ishida en El imperio de los sentidos, y, por último, lo peor de todo, la ingesta de un congénere, lo cual es, por cierto, una oportunidad excelente para recomendar aquí y ahora la hilarante lectura de Cocina caníbal, de Roland Topor, aunque no venga al caso. Según Patrici Bultó, biólogo responsable de esa parte de la colección del Aquàrium, «es cierto, hay algo de morbo ante esa pecera». El público responde fielmente año tras año a esa cita del calendario de la naturaleza y lo habitual es que sonría, porque la sepia uno suele asociarla con unas patatas, tomate, pimiento, pimentón, ajo y laurel, pero en realidad se trata de «un gran depredador y un amante extraordinario», asegura Bultó. O sea, que nada de risas.

La sepia común del Mediterráneo (un pescador local se las suministra vivas y bien hermosas al Aquàrium)   suele llevar la mayor parte del año una vida de oficinista. Pasa desapercibida en los fondos arenosos, gracias en parte a un envidiable equipo de camuflaje que lleva de serie. Unas células llamadas cromatóforos le permiten mimetizarse con el entorno. ¡Exacto!, tal cual un camaleón, solo que cuando llega la época del apareamiento ellos y ellas se visten para la ocasión con un vistoso modelito atigrado. Es entonces cuando hay que ir al Aquàrium.

Cuando llega ese momento, si es en el mar, los pescadores se ponen las botas, pues con el deseo las sepias bajan la guardia, pero allí, a salvo en la pecera, el espectáculo se desarrolla sin censuras ni cortapisas.

PRELIMINARES / La primera sorpresa es cuánto tiempo le dedican las parejas a los preliminares. Durante una hora, el macho se posa sobre la espalda de la hembra y le acaricia el lomo con uno de sus tentáculos. Lo común es que entre los visitantes haya reproches, más de un «a ver si aprendes». Esa empatía con un miembro del reino animal tan distante no es tan extraña si se tiene en cuenta que las sepias tiene una mirada muy humana. El blanco de los ojos, del que carecen, por ejemplo, el resto de los grandes simios, las hace familiares.

Las caricias duran lo dicho, una hora, así que hay que estar atento a cuando el traje de tigre se oscurece, porque es el anuncio de que la pareja está lista para la cópula. Se sitúan cara a cara y, tras lo que parece un morreo adolescente, se esconde en realidad una penetración que dura entre dos y tres minutos.

Es mejor entonces ahorrarse los comentarios sobre la hermosura y la delicadeza del momento, porque nada más separarse, tanto él como ella andan de inmediato en busca de un nuevo ayuntamiento, y no estamos hablando de política. En solo un día, cada sepia se aparea unas 30 veces. Es una orgía agotadora, no solo por el coito, que ya consume calorías, sino porque hay una lucha cada vez más feroz por encontrar pareja. De puro agotamiento, muchos ejemplares mueren. Es terrible, pero a la vez fascinante. Pepe Rubianes incluía en sus espectáculos un monólogo que resume esas aparentemente incompatibles sensaciones que causa el show del sepiario. En aquella historia, un catalán muy modoso se encamaba con una mulata de extraordinario apetito sexual, que, en un determinado momento, ajena a los lamentos de su amante, exclamaba: «¡Muere, mi amor, pero dame placer!».

SUPERVIVENCIA / Así es. Las sepias literalmente mueren exhaustas. Tras el amor, la muerte, y tras la muerte, horror, el canibalismo, que no debe ser entendido como nada ceremonial, sino como simple supervivencia. Cuando la mantis le arranca la cabeza al macho en la fornicación no lo hace por viciosa, caray, sino porque la puesta de huevos requiere un alto consumo de energía y echa mano del bocado que tiene más cerca. Lo mismo sucedió en Atapuerca, el registro fósil más antiguo de canibalismo humano. Y otro tanto ocurre en el Aquàrium. Los supervivientes necesitan reponer fuerzas para mantener viva la llama de la gran orgía y devoran a los fallecidos, aunque, todo hay que decirlo, los responsables de la instalación se apresuran a retirar cadáveres para evitar que, por una vez, se pueda emplear correctamente el calificativo de dantesco en un artículo periodístico.

Aún hay sepias en el Aquàrium. Últimas funciones. Pasen y vean.