Debate sobre la indumentaria

La tendencia a ir semidesnudo por la calle se extiende en BCN

Un turista con el torso desnudo pasea por las calles de Barcelona.

Un turista con el torso desnudo pasea por las calles de Barcelona.

PATRICIA CASTÁN
BARCELONA

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la temporada de verano 2009 está marcada por los torsos a pelo y las bermudas para ellos, y el biquini con shorts o microfaldas para ellas. Como complementos, bambas o chancletas y gorras. Podría ser una crónica de tendencias de pasarela si no porque, cutrerío aparte, define una moda muy localizada: la que se ve en las calles de Barcelona desde hace un par de meses. El asfixiante calor unido al desembarco turístico y al tirón popular de las playas han hecho que muchos visitantes actúen y luzcan carnes como si estuvieran veraneando en una localidad de costa, pese a encontrarse en plena Gran Via o a varios kilómetros del litoral. A esta creciente tendencia se suma la costumbre cultural importada por muchos inmigrantes, que van sin camiseta en cuanto el sol arrecia. El panorama, guste o no, tiene visos de ir a más, para disgusto de los hoteleros y ante la ausencia de alguna regulación que lo prohíba.

El mes pasado, el presidente del Gremi d’Hotels de Barcelona, Jordi Clos, reclamó control de la vestimenta en la vía pública, no tanto por pudor, si no con objeto de abolir los paseos en bañador y chanclas de muchos turistas por la Rambla y otras calles principales, que afectan a la imagen de la ciudad, a su juicio. Una cosa es hacerlo junto a la playa, y otra ir a recorrer la urbe con una sola prenda, argumentó.

Pasado un mes, y con un turismo claramente familiar y juvenil, acorde a las supertarifas hoteleras que está lanzando la ciudad para combatir la crisis, la moda del seminudismo prolifera y sigue generando polémica. La legislación es clara al respecto, ni siquiera el nudismo está prohibido en plena calle, si no implica intención sexual (ver despiece), indican fuentes jurídicas. Y el ayuntamiento no tiene intención de ampliar la ordenaza cívica para cubrir este flanco. «Nuestra normativa del 2006 ya regula el uso del espacio público», indican a este diario fuentes municipales, sin necesidad de intervenir en la forma en que cada uno puede vestir libremente.

PLAN ESTRATÉGICO / En paralelo, agregan, la ciudad prepara el Plan Estratégico del Turismo, que plantea hacia qué modelo turístico quiere avanzar Barcelona. No obstante, se plantea difícil filtrar el turismo de menor nivel. Y de hecho, no este no es el único que hace gala de su desnudez. Estos días es fácil ver a chicas en biquini y short, paseando por la Gran Via, con la naturalidad con que lo harían en Eivissa, sin que den el perfil de visitantes low cost, que en cualquier caso es ya común en cualquier destino.

La tipología de practicantes es, además, muy variopinta. En ruta por el paseo de Gràcia, la Gran Via y la Rambla ha sido posible ver tanto a padres de familia luciendo pelo en pecho como a grupos de jóvenes del llamado turismo mochilero y a hombres entrados en años y sin complejos. Las mujeres a veces van con la parte superior del biquini, aunque la tendencia generalizada es a los minivestidos playeros y pantalones y faldas muy cortas.

Una segunda versión la dibujan los usos culturales. En muchos distritos, como Sants y Sant Andreu, es fácil topar con grupos de inmigrantes de origen suramericano acostumbrados a esa indumentaria veraniega y que la adoptan también al llegar en Barcelona, cuando la temperatura sube. Y se reúnen o se sientan a tomar algo ligeros de ropa.

La ciudadanía, en general, es tolerante con el estilismo ajeno –según se palpa en un pequeño trabajo de campo realizado por este diario–, pero sí suele mostrarse contrariada por compartir espacios públicos y proximidad con hombres que van con el torso al aire. «Sobre todo por higiene y respecto» o porque «estamos en una zona urbana, no un pueblo de playa», responden.

También alude a este aspecto el sociólogo Salvador Giner, que considera «una vergüenza» el seminudismo imperante este verano en la ciudad, no tanto por estética como por higiene y sudor. «En grandes ciudades europeas no se permite, y esto no es un paseo marítimo. Ir así es una falta de educación y respeto», señala, sin que ello esté reñido con sentirse progresista. A su juicio, si el civismo no funciona, hay que «aplicar un reglamento».

CONTROL PRIVADO // Desde la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona, su vicepresidente, Jordi Giró, apunta que la ciudad debe encontrar el término medio entre la prohibición y el descontrol. Considera que debería recomendarse o invitar a los visitantes a mantener las formas y vestir con ropa de calle y no de playa. Y hacerlo ya, con el turismo en plena eclosión, antes de que sea tarde para poner coto al fenómeno.

El Gremi de Restauració de Barcelona puede controlar estos problemas de imagen en sus establecimientos y terrazas a título individual valiéndose del derecho de admisión y del tipo de público que pueden querer los titulares, pidiendo cierta compostura.