La actualidad azulgrana
Coutinho, en el laberinto de la tristeza
El brasileño constató en el clásico copero que no encuentra la salida a su crisis de juego pese al respaldo de Valverde y del vestuario
Rafael Tapounet
Periodista
Rafael Tapounet
Triste, como el título de la canción de Tom Jobim (“es triste vivir en una ilusión que no puede ser, que nunca será…”). 'Triste' es el adjetivo que más veces se ha utilizado en este diario para calificar las apariciones de Philippe Coutinho en lo que va de temporada. Ha habido otros epítetos ('decepcionante', 'frío', 'apagado', 'desesperante', 'irregular', 'desaparecido', 'leve', 'indescifrable'…) e incluso algunos positivos ('persistente', 'revulsivo', 'goleador'…), pero en general han prevalecido, a la hora de valorar las actuaciones del 'craque' carioca, los términos alusivos a su aire abatido, a su gesto trágico, a su mirada perdida. A su ausencia.
“Cuando me pregunto quién ha heredado en el Barça –aunque sea temporalmente- la tristeza de Alcácer (y en parte la de André Gomes, segundo clasificado), me viene a la cabeza Coutinho”, escribió Jordi Puntí en un artículo titulado precisamente 'El jugador triste'. Eso fue a principios de curso, cuando el brasileño, aun sin ser el futbolista dominador que había asombrado con la camiseta del Liverpool, todavía marcaba goles decisivos y no se había dejado caer por esa pendiente de apatía e irrelevancia en la que se está convirtiendo su segunda temporada en el Camp Nou.
Adiós a las jerarquías
El clásico copero del miércoles certificó el extravío de Coutinho, aletargado y encogido como un lirón en invierno pese a que la ausencia de Messi le reclamaba un paso adelante. Tan deseseperante fue su partido que hasta un técnico tan respetuoso con las jerarquías como Ernesto Valverde se olvidó por una vez de los galones y en el minuto 62 ordenó la salida del campo del fichaje más caro de la historia del club (150 millones de euros) mientras el joven Malcom seguía sobre el césped.
El episodio retrata con elocuente crueldad el declive de un jugador llamado a ser el gran referente del fútbol azulgrana solo por detrás de Messi y que, tal como admitió abiertamente hace unas semanas el segundo entrenador, Jon Aspiazu, ha visto esta temporada cómo el díscolo Ousmane Dembélé lo desplazaba con toda justicia del once titular en los partidos más exigentes.
Las cifras no lo cuentan todo sobre el año natural que Coutinho lleva en el Barça (debutó el 28 de enero del 2018), pero ayudan a trazar la curva descendente. En los 18 encuentros de Liga que disputó en la pasada temporada, el brasileño fue titular en 16, marcó ocho goles y dio cinco asistencias. En el presente curso, ha participado en 20 duelos ligueros (en 13 de ellos desde el inicio) y su aportación ha bajado hasta los cuatro goles y las dos asistencias. Más partidos y la mitad de producción ofensiva. Para encontrar el último gol en Liga del ex del Liverpool hay que remontarse al 5-1 frente al Real Madrid, el 28 de octubre del pasado año.
Terapia de rehabilitación
Valverde ha gestionado la crisis de juego del 7 con su proverbial mano izquierda, dándole minutos en momentos complicados para no minar aún más su confianza. Gestos como el que protagonizó el capitán Messi en el partido de Copa ante el Sevilla, cediéndole el lanzamiento del penalti para que pusiera fin a su sequía goleadora, demuestran que el vestuario está implicado en la recuperación anímica del brasileño. Pero se acerca el tramo de la temporada en el que ya no hay lugar para experimentos ni para terapias de rehabilitación, y Coutinho sigue lejos, muy lejos, de su mejor versión.
La directiva, en cualquier caso, mantiene que no está entre sus planes desprenderse del carioca. El diario londinense 'The Independent' aseguró ayer que el Chelsea se ha fijado como objetivo la incorporación de Coutinho (cuyo cartel en la Premier sigue siendo brillante) si, como parece probable, Eden Hazard decide cambiar de aires este verano. La operación difícilmente serviría para que el Barça amortizara el coste de su fichaje, y aun así, una parte nada desdeñable del barcelonismo empieza a pensar que no sería un mal desenlace. Aunque sea triste.
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