El Barça da una vuelta de récord

El líder gana con sufirimiento al Sevilla y refuerza su hegemonía con una racha de 34 partidos sin perder

Felicitaciones a Piqué por su gol, el segundo del Barça.

Felicitaciones a Piqué por su gol, el segundo del Barça. / JORDI COTRINA

DAVID TORRAS / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El Barça dio la vuelta perfecta, de Sevilla a Sevilla, y  dejó las cuentas como estaban en la Liga para desgracia de los dos bandos de Madrid, de los que siguen a 8 puntos y de los que andan perdidos ahí abajo, y que no encontraron consuelo a sus penas mientras no tengan 11 Ronaldos para ir primeros. El Barça no falla. Son ya 34 partidos sin perder, a la altura de otro mito merengue, aquella Quinta del Buitre que nunca conquistó Europa, a diferencia de un equipo que sale de un triplete para ir en busca de otro. El Barça del tridente no se detiene por más que le exijan. El Sevilla le obligó a apretar los dientes en un anticipo de la final de Copa y, cuando andaba perdido, apareció el de siempre para cargarlo a cuestas y librarle de cualquier mal. Messi, sí, Messi, marcó un gol de Messi, imposible para cualquiera, y todo empezó a cambiar, y Piqué, el símbolo del culé que tanto repatea en España, remató la vuelta al ruedo. 

Del 0-1 al 2-1. De un golpe bajo, que habría disparado las cuentas del Atlético y habría mitigado la guerra del Bernabéu, a seguir lejos de todos, cada día más cerca del título. No fue un buen partido, más bien un carrusel de 90 minutos, que acabó con el Camp Nou mirando el reloj después de que Rico salvara unos cuantos goles 

Sin vértigo ante una cita exigente, reforzada por el trompazo del Madrid y la necesidad de seguir marcando distancias con el Atlético, el enemigo real, Luis Enrique le dio un meneo a la alineación y se guardó el once que todo el mundo canta. Hasta cuatro piezas dejó en el banquillo (Alves, Mascherano, Iniesta y Rakitic), convencido de que el equipo no dejaría pasar de largo nada de lo que estaba en juego por más que al técnico le resbalen los récords. Al final, eso sí, acabó echando mano de tres de esas cuatro piezas, en una prueba de que no las tenía todas consigo, y ni así el equipo logró poner el pie al suelo y parar la noria.

Empezó el partido sin control, y en ese ir y venir, con el Sevilla desplegándose a la carrera, el Barça tuvo un tridente de ocasiones en una misma tacada. Un remate de Suárez a la media vuelta, al gusto del delantero que prefiere disparar sin pensar ni preguntar, el córner que Messi estuvo a punto de convertir en un gol olímpico y que el poste repelió, y otra vez la bota de Suarez echando humo. Un trallazo que rebotó en el travesaño y que casi acaba en la Diagonal. Y de ese tres en uno, que se quedó en nada, el Camp Nou pasó de llevarse las manos a la cabeza ante el pimpampum a mirarse desconcertado, mientras el Sevilla corría a abrazarse a Vitolo. Una brecha por la derecha entre la tibieza azulgrana, un centro pasado, un remate cruzado y el marcador volteado. Del 1-0 al 0-1.

Incómodo, sin ligar bien entre líneas, con Neymar como único agitador, y con Messi rascándose la cabeza, una señal de que algo va mal, de que el 10 se aburre, que echa de menos el balón y que hay que cambiar el guión. Lo cambió él solo. El 10 no necesita a nadie aunque no lo dirá nunca como otros. Lo sabe él y los saben todos. Así que plantó el balón, que el árbitro le hizo adelantar unos centímetros, así de puñeteros son, así de ingenuos, como si a Messi le fuera de estar más cerca o más lejos, más a la izquierda o más a la derecha, para meterla donde le convenga. Y es lo que hizo. Mandó el balón a la escuadra imposible, inalcanzable incluso para el Messi de la play, en una parábola que puede contemplarse en un bucle interminable, y una y mil veces seguirla con la boca abierta.

INTERCAMBIO DE GOLPES

Messi puso las cosas en orden, pero el partido quedó en un punto muerto, sin que el Barça acabara de dar un paso al frente y hacerse con el juego. El Sevilla apretaba, siempre bien puesto, enganchado atrás y a punto para echar a correr. Pero a la que salió del descanso, el Barça dejó de enredar y decidió cobrarse la factura que tenía pendiente del Pizjuán. Tardó tres minutos en resquebajar el plan de Emery. Rico salvó el primer intento, en un paradón ante Neymar, pero a la que Messi recogió un balón en el área, y en lugar de jugarlo para él, lo jugó para los otros, como suele hacer ahora a menud, acabó en la red, empujado dulcemente por el pie de Piqué. La mejor manera de frenar la ansiedad y encontrar un punto de sosiego.

El juego no lo tuvo, y en el intercambio de golpes, se impusieron los porteros. Primero, Bravo, que tarde o temprano siempre aparece, el guardián silencioso que nunca deja de vigilar por más frío que esté. Y a continuación, Rico en otro paradón  a Neymar. Y, por en medio, el show de Latre, que no tiene ni pizca de gracia y que puso al Camp Nou de los nervios, cuando se hizo el sueco en un empujón de Rami a Neymar que tuvo toda la pinta de un penalti ante un regate con caño. Tremendo. 

El partido siguió un trazo descontrolado, en tierra de nadie, sin que el Barça fuera capaz de explotar los riesgos que tomó el Sevilla, en una lucha a campo abierto, sin pausas, entre acelerones y frenazos. Todo iba demasiado rápido, un buen escenario para el tridente que, por una vez, no supo explotar. Tuvo bastante con dos fogonazos. Y con medio Messi. Si todos fueran como él, el fútbol sería un juego de ciencia ficción.       

{"zeta-legacy-despiece-horizontal":{"title":"LA FICHA T\u00c9CNICA","text":null}}