Otro baile para otra conquista

El Barça conquista la quinta corona del año con una exhibición rematada con dos goles de Suárez y uno de Messi ante River

Lionel Messi, rodeado de jugadores del River, marcan el primer gol de la final del Mundial de Clubs.

Lionel Messi, rodeado de jugadores del River, marcan el primer gol de la final del Mundial de Clubs. / WS

DAVID TORRAS / YOKOHAMA (ENVIADO ESPECIAL)

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River el corazón le ha dado para ganar a todo en Surámerica. Pero ni todos los corazones juntos de esa banda roja alcanzan para hacerle cosquillas al Barça. Toda esa ilusión, toda la fe que le llevó hasta Japón, ese bombeo de sangre le dio para aguantar de pie hasta que apareció la zurda del 10, que ayer no era el suyo y al que llegaron a silbar, y que abrió el camino de la quinta corona. Después, Suarez lo remató, con otro par de goles, fiel a su cita, imponente como como rematador. Una joya.  

El Barça también jugó con corazón, movido por la obsesión de hacer historia, imparable en sus conquistas, pero por encima de todo jugó como mejor sabe hacerlo, con el balón. Le costó encontrar el camino, pero en cuanto lo despejó y a River ya no le quedaron ni ánimos para seguir peleando, rendido y de rodillas aunque no se entregara, la final fue un paseo que se acabó jugando al paso, en un baile de toques y retoques. Fueron tres goles, pero pudieron ser cuatro, o cinco, o seis, con MessiNeymar Suárez dejando pasar unas cuantas ocasiones. Messi llegó a quedarse mirando la repetición de alguna en el marcador como si necesitara ver para creer. Marcó la más dificil, rodeado de rivales, y metiendo la zurda no se sabe cómo.

DETALLES ESPECTACULARES

El tridente volvió a reunirse, juntos en busca de gloria, y junto a ellos formó el equipo de Berlín, con el único cambio de Bravo por Ter Stegen. La elección aparece como el único punto incómodo de la cita por el malestar que deja en el portero alemán como se dejó ver en la celebración. Es el once de Luis Enrique, el once más indiscutible. No falla. El tridente se reunió y no dejó de buscarse, empeñados en repartirse los goles. No llegó para los tres, y Neymar se quedó sin marcar por mas que Leo quiso regalárselo.

Al 11 le faltó ese último remate pero, en medio de algún error, ofreció detalles espectaculares, regates y más regates, en un repertorio imponente. Tuvo uno de los goles de su vida en la punta de la bota y, después de haber dejado atrás a Argentina entera, se enganchó. 

Suárez, no. Suárez no se entretiene, no se adorna, siempre busca el camino más corto, listo para ‘matar’, tenga a quien tenga delante. Se va de Japón con un répoquer, cinco goles para el quinto título. Pero detrás suyo estuvo el equipo entero, empezando por Bravo que paró las dos que tuvo River y siguiendo con un enorme Piqué, y un intenso Mascherano, y el hombre invisible más valioso del mundo, Busquets, que sin marcar marcó con el pase a Suárez. Y al frente, un capitán orgulloso, Iniesta, el señor de todo.

LEÑA Y PRESIÓN

El baile final tuvo, eso sí, un preámbulo poco delicado. Salió el River con la presión alta, en lo táctico y en lo emocional, apretando la salida del balón y apretando los dientes en cada acción para dar más fuerte. No había balón dividido en el que no dejaran alguna marca, con Poncio en primera fila. Se enganchó al cuello de Iniesta y no le dejó ni respirar. Tardó poco más de un minuto en marcarle los tacos por detrás, y así siguió sin parar, repartiendo a diestro y siniestro, convertido en el santo y seña argentino. Y a su lado, nadie se arrugó. Palo va palo viene. Lejos de encogerse, el  Barça se comportó como un valiente, del primero al último, y con Messi y Neymar dando ejemplo. Ni un paso atrás.

Pero entre la leña y la presión, al equipo le costaba moverse con comodidad, impreciso en el pase, incómodo en el control. No sufría atrás pero no conectaba ni en medio ni delante, y por momentos pareció que la final se haría larga. Messi la pudo hacer mucho más corta en un lanzamiento de falta ante el que Barovero sacó una mano milagrosa, como si siguiera metido en el papel heroico que le salvó la vida a River en la semifinal. Pero no. Ahí acabó el efecto. Después paró lo justo.

Después ya nada fue igual. A la que aparecieron Messi y Suárez, el corazón dejó de latir aunque la grada de River siguiera cantando. El mundo baila al son del Barça.