Mucha policía y pocas flores

Controles policiales en el Bernabéu.

Controles policiales en el Bernabéu. / periodico

SERGI LÓPEZ-EGEA / MADRID

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El empleado del puesto de flores, vecino del paseo de la Habana de Madrid, decía que nunca había visto un despliegue igual, tantas y tantas medidas de seguridad. Hablaba con los aficionados madridistas que se agolpaban a las puertas de la parroquía de los Sagrados Corazones, en la esquina de Concha Espina. No le habían dejado colocar las flores en las escaleras del templo. “Los novios tenían reservada la iglesia desde febrero y no cayeron en el detalle de que se casaban a la misma hora del clásico. Y con tanta seguridad”.

Los coches nupciales no pudieron aparcar en la puerta, ni el novio recibir a los invitados como habría sido su deseo. No se le ocurrió otra cosa que aparecer por la iglesia justo en el momento del delirio. Todo cortado. Se acerca el autocar oficial del Madrid. Los jinetes de la Policía Nacional recorriendo la calle a todo galope. Los policías municipales chillando a un coche oficial que se había detenido donde no debía. Las puertas del Santiago Bernabéu todavía cerradas. Agentes policiales por todas partes. Todo controlado. En cada esquina una pareja de agentes que cacheaba uno a uno a los transeúntes y que pedía la documentación cuando intuían que las personas a las que habían dado el alto eran árabes.

POLICÍAS CON RIFLES

Este sábado, el clásico era el partido de la seguridad y el orden, el encuentro en el que prácticamente no se libró ni un espectador de ser parado por la policía, bolsos y mochilas abiertas, y los que iban a trabajar, como periodistas, hasta dos veces veían cómo sus bolsas eran registradas en el interior del estadio, mientras que en la cornisa del Bernabéu, con rifles telescópicos, camuflados para no asustar al público, agentes especialistas estaban apostados con sus armas mirando hacia la calle.

Pero este sábado, el clásico de los clásicos era también el partido de los turistas árabes. ¡A centenares! Llegados de todos los países del Oriente Próximo; unos vestidos con camisetas blancas –oficiales, por supuesto— y otros, la minoría, con zamarras azulgranas, oficiales también, nada de imitaciones, nada de ‘top manta’.

Sin embargo, en esta ocasión, y por razones obvias, pasaban menos desapercibidos que en otras ocasiones. “Han venido más que nunca. Llevo toda la semana en el puesto de flores e iban llegando en grupos. Entraban y compraban recuerdos en la tienda oficial”, repetía el florista de Concha Espina.

Tampoco faltaban los radicales del Madrid, con sus clásicos cánticos, los de siempre, los cansinos “puta el Barça y puta Catalunya”, aunque en esta ocasión se sacaban la adrenalina prácticamente con un policía, como si fueran sus guardaespaldas personales, mientras se manifestaban, rodeados de furgonetas policiales, camino del Bernabéu, donde no cabía un alma y donde, todo hay que decirlo, los espectadores fueron entrando al recinto deportivo sin rechistar y sin protestar por las medidas extremas de seguridad.

RAJOY, EN EL PALCO

Y todos, con un respeto admirable, guardaron un minuto de silencio, con Mariano Rajoy en el palco, y con los jugadores y los dos técnicos, Rafael Benítez y Luis Enrique, formados mientras por los altavoces del Bernabéu sonaba una versión instrumentada de 'La Marsellesa'. Con emoción y por una vez con la rivalidad de las dos aficiones aparcada en la grada.

Sin embargo, la policía, los registros, los cacheos, la presencia de agentes, casi todos con chalecos antibalas, eran el foco de los comentarios entre los que se apostaron en bares de los alrededores porque no habían conseguido entrada –o quién sabe si eran socios que habían hecho el agosto en noviembre cediendo su asiento a acaudalados árabes devotos del fútbol--. Porque en los bares con tele ni se cabía, ya con el encuentro comenzado. ¡Ah! Y a todo eso la novia llegó al templo de los Sagrados Corazones, pero con los nervios y las prisas por no retrasarse con tanto agobio futbolístico se dejó el ramo en casa. Qué se le va a hacer.