El protagonista

Ocho firmas por minuto

Ruiz Zafón, asediado por el público, estampó su rúbrica en 2.500 libros

La primera  Dedicatoria para Cristina Velasco, "l'àngel de les 9 h".

La primera Dedicatoria para Cristina Velasco, "l'àngel de les 9 h".

ELENA HEVIA
BARCELONA

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Con la imperturbabilidad de un samurái dispuesto al combate. Carlos Ruiz Zafón firmó ayer la friolera de 2.500 volúmenes de su última creación,El juego del ángel,por supuesto, pero también ediciones deLa sombra del viento--algunas en traducciones al checo o al holandés--, sin contar las hojas o folletos en los que, convertido en máquina de firmar, estampó su rúbrica. El mayor espectáculo de esta jornada, tan espectacular de por sí, no fue el impasible Zafón. A falta del necesario sentido del humor para tomarse el reto con filosofía, el escritor se escudó en una tranquilidad zen, una especie de interpretación interior de su papel de apabullante protagonista de la jornada. Pese al esfuerzo, el mayor espectáculo fueron los lectores.

Joven o viejo, de Sarrià o Nou Barris, con rastas, traje y corbata o la camiseta del Barça,nostrato hijo de Babel, el lector tipo de Ruiz Zafón tiene un aguante de mil pares de narices y cien rostros distintos. En la cola de 1.400 personas que caracoleaba ayer en el cruce de paseo de Gràcia y Gran Via, donde estaba situado el puesto del escritor, una réplica de andar por casa de la escenografía con la que se había presentado en el Liceu, los lectores aguantaron varias horas (seis en los casos más extremos) hasta alcanzar el ansiado garabato --una firma no deja de ser eso--, certificado las más de las veces con una foto. La veinteañera Cristina Velasco, primera de la fila desde la 9 de la mañana, fue"l'àngel de les 9 h"y la única dedicatoria un poco historiada a una lectora anónima. El resto se contentó con un escueto "para Menganito o Zutanito", tarea difícil porque gracias a la globalización y al desprecio al santoral de toda la vida, la gente cada vez tiene nombres más raros.

Empezó Zafón armado con cinco recambios de uno de esos rotuladores de marca que se utilizan para firmar los cheques con muchos ceros, y dosrotringsgruesos, azul y dorado gótico. De hecho, el cambio en el grueso del instrumento era una meditada estrategia para evitar el dolor y el anquilosamiento en la pinza entre el índice y el pulgar.

Muy pronto, la organización del operativo se dio cuenta de que a cuatro o cinco firmas por minuto no iban a poder contentar a todo el mundo y la velocidad de crucero ascendió a siete u ocho. Algo más tarde de las tres, Esteban, un colombiano, y su chica, se toman con filosofía haber quedado los primeros en el turno de la tarde que se inicia a las seis. Están firmes en su puesto desde las 12.30.

Horas antes, el drama humano ha tenido un primer plano en una mujer emocionada y llorosa que muestra a Zafón una vieja foto con chicos risueños. Uno del grupo es el autor y otro, Javier Abella, fallecido años atrás en un accidente y recordado por el escritor en el pregón de la Mercè de hace dos años. "Para la madre de mi amigo Javier Abella", escribe el escritor saltándose la regla de la concisión que intenta imponer la editorial.

En un determinado momento, Zafón intenta contentar al personal con una rúbrica a secas, pero pronto tiene que rendirse a la petición de los lectores para que personalice la dedicatoria ya que en la mayoría de los casos no hacen el esfuerzo para sí, sino para la novia, la hija o el marido. Al final la organización ofrece a los que se han quedado sin firma, unas 200 personas, un vale que les asegurará tenerla en un plazo a precisar.

Ver a Zafón en acción agota, pero él no da muestras de cansancio. Bien entrada la tarde, ya no mira con el estudiado interés del principio, pero mantiene el tipo y la distante amabilidad. En el cajón de la mesa se amontonan los exvotos de sus fans: unos dibujos, un punto de libro, un dragón de peluche. En un inciso, incluso responde a las preguntas telegráficamente. ¿Alguna vez pidió alguna firma en un Sant Jordi? "No, preferí acercarme a los autores en otro momento", dice, comparando lasdiadestranquilas de su niñez con las multitudinarias de los últimos años. ¿Qué tal anda su vanidad tras este baño de multitudes? "¿Vanidad? Igual que siempre". Y su ojos de samurái se hacen más y más impenetrables.