CRÍTICA DE LIBROS

'Sé mía', de Richard Ford: Cuidados crepusculares

La novela tiene algo de fiesta de despedida, de desfile de sombras de Frank Bascombe, que en este quinto libro, rozando los 80 años, se pregunta si su existencia es feliz

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El escritor estadounidense Richard Ford.

El escritor estadounidense Richard Ford. / PABLO GARCÍA

Gonzalo Torné

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'Sé mía' es una novela muy distinta según la clase de relación que tengamos con la saga de Frank Bascombe. Para el lector familiarizado, este quinto libro tiene algo de fiesta de despedida, de desfile de las sombras convocadas para el último baile. Pero no es una novela que cierre argumentos o que exija un conocimiento exhaustivo de los precedentes: plantea y desarrolla su propia historia. La gran diferencia para los lectores de Richard Ford (Jackson, Misisipi, 1944) es que los fragmentos de pasado que Frank convoca contarán como una experiencia compartida con el personaje, algo que ha pasado por él. Pero sea cual sea su familiaridad con Bascombe, el lector se encontrará con el mismo ángulo narrativo, original por desusado: la manera de encarar la vida de un hombre que roza ya los 80 años y se pregunta por si su existencia es feliz. 

Bascombe ha pasado por dos divorcios, la muerte de un hijo y distintas vicisitudes laborales, ha reflexionado y conoce bien su vida, pero ¿cómo se tasa la felicidad cuando el tiempo apenas ofrece posibilidades de superación, la clave estadounidense para calcular si podemos darnos por satisfechos?

Richard Ford, en una reciente visita a Barcelona.

Richard Ford, en una reciente visita a Barcelona. / ZOWY VOETEN

Recuerdos con una prosa átona

El protagonista comparte con muchos narradores estadounidenses la manía de nombrarlo todo: marcas, carreteras, neumáticos, tiendas... Leerlo es como visitar un inmenso supermercado, su mirada curiosa recuerda a los personajes de John Updike, sin su delirio sensual y con el agravante de que Frank no deja pasar una sin mencionar. Se mueve entre sus recuerdos con una prosa átona, sin grandes derrames emocionales, manejando una ironía muy sensible a la cháchara estadounidense. Sus recuentos vitales tienen algo de estoicismo frío, una desengañada lucidez sin remordimiento. Este tono apagado, de informe, es el responsable de que suenen tan penetrantes las escasas crestas de emotividad que se permite, como la escena de sus amores tardíos con una joven masajista. 

Desde este ángulo anímico y moral, Bascombe repasa una vida llena de flecos y quiebros, que ya no se parece a la de esos pioneros que construían una casa donde vivir para siempre con la misma esposa, concibiendo y criando hijos, que les acompañarían en su crepúsculo. Y también se desarrolla la trama de la novela: el empecinamiento de Frank por viajar con su hijo Paul, enfermo de ELA, a ver el monte Rushmore, en Keystone, Dakota del Sur (Estados Unidos).

Los recuentos vitales del protagonista tienen algo de estoicismo frío, que hace que suenen tan penetrantes las escasas crestas de emotividad

Los preparativos del viaje dominan la primera parte de la novela, caracterizada por las idas y venidas de la memoria, el juego de demandas y reproches familiares y la aceptación de que Paul morirá en la indefensión mucho antes que él. Ford narra estas primeras 200 páginas alternando diálogos funcionales con pasajes que antes que cuajar como escenas narrativas prefieren presentarse como informes narrativos, contribuyendo a la atmósfera de examen moral desganado con el que Bascombe trata de descubrir por qué durante su vida ha dejado de hacer tantas cosas. Una pregunta tan obsesiva que sospechamos que, si emprende el viaje con su hijo, es solo por no dejar algo más por hacer. 

Dimensión simbólica

Este tono narrativo de informe se acomoda en la segunda parte al género de la 'road movie', coqueteando con una dimensión simbólica (el gran monte del poder estadounidense) que se resuelve de manera irónica. El viaje le da la oportunidad a la mente 'bricoleur' de Bascombe de ofrecernos nuevas listas de marcas de furgonetas, de pueblos y de marcas de tabaco, pero sobre todo nos da la oportunidad de conocer más a Paul. Un personaje enigmático en buena medida por su inquebrantable fachada de ciudadano promedio. La enfermedad no despierta en Paul ningún pensamiento elevado, ni se le ocurre sentir que su sufrimiento le mejora en algo a él o al mundo, pero también sabe cómo contener la rabia y la desesperación (incluso la tristeza) detrás de una empalizada de gustos corrientes donde apenas se abren grietas de frustración.

Bascombe asegura que su hijo era un niño raro y se ha convertido en un hombre extraño, pero las extremas y desdichadas circunstancias en las que se encuentra desdibujan nuestra capacidad de juzgarlo. Es cierto que responde con brusquedad, que tiene un humor chusco, brotes de capricho y ramalazos de sexualidad infantil. Pero las circunstancias lo son todo y, a medida que la enfermedad avanza, la mente continúa flotando y exige tantos cuidados como el cuerpo que se desploma. El protagonista atiende con una piedad silenciosa (la que solemos reservar a nuestros animales) del cuerpo de sus hijo, pero tiene que esmerarse muy a fondo para mantener a flote la mente de Paul.

El padre atiende al cuerpo de su hijo con una piedad silenciosa (la que solemos reservar a nuestros animales), pero tiene que esmerarse muy a fondo para mantener a flote la mente de este

El epílogo del libro contiene algunas de sus mejores páginas. La despedida de Bascombe brilla con el emotivo sentido común (rozando la cortedad de miras) con el que Ford perfila a su personaje. Nunca indemne y siempre adelante. ¿En qué es mejor la vida que en aferrarse? Al contemplar su larga carretera de vicisitudes, Bascombe nos recuerda a un saco de golpes, que ha sufrido mucho más que el hombre promedio para nuestra diversión. ¡Qué duro es ser un personaje de ficción!

'Sé mía'

Autor: Richard Ford

Traducción: Damià Alou

Editorial: Anagrama

400 páginas. 21,90 euros