Opinión | PERIFÉRICOS Y CONSUMIBLES
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Javier García Rodríguez
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
El dueño de una noche de verano
Hay libros, personajes, historias, conciertos, canciones, poemas, que van pasando por nosotros dejando huella
Después de aquello, ya lo saben, pasan cosas dignas de ser recordadas. Momentos especiales que permanecen pegados a la piel de la memoria, pegados a la piel como la roña infantil, cuando la había. Regalos inesperados que nos hacen más felices, o más listos, o más estúpidos, o menos caprichosos o totalmente inválidos para la vida real.
Son libros, personajes, historias, diálogos, poemas, conciertos, canciones, músicas, estribillos, que van pasando por nosotros dejando huellas, trazas, marcas, quizá solo reconocibles por nuestro dermatólogo o por nuestro psicoanalista. Ficciones con las que se construye el emparedado de la subsistencia o la masa hojaldrada de nuestros días más complejos. Pasan muchas cosas, sí, después de aquello, eso es cierto. Pero la primera de estas experiencias se queda adherida como el tejido cicatrizal a la epidermis.
La razón y la sinrazón
Escribo esta columna a pocas horas de que llegue la Noche de San Juan. Y quería hablar de Shakespeare y de Puck, las hadas, los amantes, los amores oscuros, el carnaval eterno y las mentiras de la vida y del teatro. Quería hablar de la razón y de la sinrazón, y de los asnos que enamoran a las doncellas. Y del sol y la luna dominando a su manera este deambular por la existencia poniendo en la escena una representación teatral que nos empeñamos en llamar "la vida".
Quería hablar de Shakespeare y de Puck, las hadas, los amantes, los amores oscuros, el carnaval eterno... De esa representación que nos empeñamos en llamar "la vida"
Pero entonces la memoria, "el bálsamo falaz de la memoria" del que hablaba el maestro Ángel González, me ha llevado a la primera vez, a la noche de verano de 1982 en la que vi la representación de 'La nit de Sant Joan' de Dagoll Dagom con música de Jaume Sisa. Tenía yo 17 años, perdonen la confidencia. Salimos de allí bailando por las calles achicharrantes de una ciudad de la meseta. Salimos convencidos –aunque no lo sabíamos aún– de que nos esperaban la luz y el calor y el amor y la noche mágica. La ficción nos había llevado a otro lugar. Y ese lugar era la vida. Y la vida llegaba para quedarse.
Seguir al duende
Andamos enredados en literatura con 'autotune' y en música de chunda-chunda. Padecemos sin quererlo una especie de síndrome del hijo mediano, sin sitio y sin voz. Pero entonces aparece el duende que no se quema o que provoca llamas. Y nos invita a la fiesta del verano, a la danza del fuego, al salto en el vacío de la hoguera, a la arena de la playa que sustituye al asfalto calcinante. Y se escucha la voz de Jaume Sisa –"Si miráis las llamas del fuego de San Juan, veréis los cuernos, el sombrero y los guantes"– invitándonos a perseguir al duende, a perseguir la vida. Busquen al duende.
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