DESDE MADRID

La opción Pascal no pasa por Perpinyà

Marta Pascal, el pasado 10 de febrero, en la presentación en Barcelona de su libro 'Perdre la por'.

Marta Pascal, el pasado 10 de febrero, en la presentación en Barcelona de su libro 'Perdre la por'. / periodico

José Antonio Zarzalejos

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Marta Pascal ha renunciado ya al acta de senadora autonómica por JxCat. Tras su larga conversación con Carles Puigdemont el jueves día 20 de febrero en Waterloo se desvanecieron sus pocas dudas sobre la necesidad de emprender su propio camino. "Escribí la carta de renuncia en el vuelo de Bruselas a Barcelona", me refiere sentada de lado, estirando la pierna derecha, en la mesa de una cafetería situada al costado del Teatro Real, en una de las zonas más castizas de Madrid. Una ciudad que a la joven política –"soy de Vic, del 83"– le gusta y a la que volverá con frecuencia. Deambula con ayuda de dos muletas. Rotura de ligamentos cruzados. Un accidente de esquí, me dice, que le hará pasar por el quirófano.  

No es la lesión la que le impide estar en Perpinyà. No acude por esta razón: "Aunque soy independentista creo que hay que gestionar, gobernar, resolver los problemas de la gente. Volver al principio de 'un sol poble'". Y añade: "Sin unilateralidades, sin desobediencias, con un referéndum pactado." Pascal es una mujer enérgica pero cordial, convergente desde el 2006, presidenta de sus juventudes, portavoz parlamentaria de su grupo en el 2015, reactiva a la corrupción, coordinadora del PDECat en el 2016, investigada por rebelión en la instrucción de la causa del 'procés' pero finalmente sin cargos.

Compareció ante Pablo Llarena como imputada el día que debía hacerlo también Marta Rovira. "Prefirió dedicarse a ser madre a estar en la cárcel. Estuve con ella ese día y me lo dijo", cuenta con naturalidad. "No participé en aquello –subraya (se refiere al otoño del 2017)–. Me fui de la coordinación del partido porque no tuve nunca la confianza de Puigdemont, un hombre que dice estar en el lugar correcto de la historia".

¿Su planteamiento? "No hay que envolverse en la bandera, ni joder al vecino –o sea, a España– jodiendo a Catalunya". Por eso, explica: "Yo defendí la moción de censura contra [MarianoRajoy y él no la quería. Él quiere bloquear. Sigue queriendo hacerlo. Es tozudo. Es 'carlí'". Su plan, de momento, es de espera activa. "Quiero confiar en una reacción de mi partido y si no la hay, habrá que pensar en otra cosa". En qué, le pregunto: "De momento, esperar".

No quiere desvelar sus planes. Los tiene y sugiere que están perfilados. Sabe con quiénes quiere recorrer un nuevo camino y con quiénes no lo hará. Los del grupo de Poblet son sus socios en la aventura que pretende emprender. ¿Artur Mas?, le inquiero. Y responde con un gesto: "Más bien no". "Cuando a la gente se le pregunta si desea una política más pragmática en Catalunya la contestación es positiva, pero es abrumadoramente favorable si se le propone un proyecto como el del PNV".

Le digo que hubo un tiempo, casi dos décadas, los 80 y buena parte de los 90, en la que los vascos –no precisamente los nacionalistas– admirábamos la inteligencia táctica del catalanismo y ahora observamos que es al revés, que son los nacionalistas catalanes los que tienen de referencia el autogobierno vasco. Lo corrobora pero tampoco se explaya. Huye de la confusión: insiste en su militancia independentista, pero en una formulación distinta a la de los republicanos y a los puigdemontistas.

Un soberanismo paciente

Es partidaria de la mesa de diálogo, pero también escéptica: "Es imprescindible la amnistía o como se llame el procedimiento para sacar a los presos". De eso está por completo segura. Reclama gestión, gradualidad, negociación, regreso a una política que fue eficaz y un soberanismo paciente. Le planteo un asunto serio: en Madrid, el catalanismo ya no tiene crédito. Lo ha devorado el independentismo de unos y de otros, el espacio para recuperar la periclitada CiU quizá exista, pero el gran tránsito del catalanismo ha sido hacia la nada, hacia la disolución en la radicalidad. De existir constituye una franja electoral estrecha en la que podría prender un 'peneuvismo' a la catalana. Pero no hay ninguna certeza de que lo consiga.

La opción de Pascal se tiene que abrir paso en el conglomerado actual de JxCat que está enfebrecido en Perpinyà. "En el follón", me dice un veterano miembro de Unió que habla a menudo con Pascal; que confía en que "Marta haga algo con un grupo de gente en el que podamos confiar, de la estirpe de CiU. Hay un electorado potencial de 300.000 electores que si se agrupan podrían romper el actual espectro de fuerzas políticas".

La apuesta es que esa operación debe ser rápida porque comienza a barruntarse que las elecciones no serán en otoño, sino antes del verano. El Tribunal Supremo aprieta y la concentración de Perpinyà es un mitin. La mesa de diálogo se mantiene de fondo pero no será operativa porque entrará en estado latente. Quim Torra precipitará las elecciones. Es una convicción amplia y compartida por distintos observatorios políticos. "Después de las vascas y gallegas, el 'president' apretará el botón", afirma con seguridad un político experimentado de la cuerda catalanista.

Sentido de la realidad

Pascal también lo cree: habrá comicios antes de lo que suponíamos. Quizá por esa inminencia su conversación en Waterloo con Puigdemont el día 20 de febrero fue una despedida, un adiós irreversible dejando el acta en el Senado, tanto como su ausencia en la capital del Rosellón, en la  Catalunya norte que forma parte del hinterland irredento del catalanismo. Pascal transmite sinceridad, ilusión y algo insólito en la política catalana de estos tiempos: sentido de la realidad.

Pedro Sánchez tendría que invitarla a la Moncloa y charlar largo y tendido con ella aprovechando, quizá, la próxima presentación en Madrid –en versión catalana, sin traducir– de su libro 'Perdre la por'. La Catalunya real no la representaban por entero –ni mucho menos– los miembros de la heterogénea delegación de la que Torra se hizo acompañar en Madrid el pasado miércoles.