COP 27: La encrucijada del cambio climático en plena guerra
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Albert Sáez
Desde el pasado domingo tenemos el foco puesto en la Convención de las Naciones Unidas sobre el cambio climático (COP27) que se celebra en el peor lugar del mundo: el balneario de Sharm el-Sheikh, en Egipto. Nuestra experta en medio ambiente, Valentina Raffio, publicó el domingo un balance nada optimista: estamos mejor que cuando se empezó a tomar conciencia del problema pero todavía muy lejos de donde deberíamos estar para que en el año 2030 la temperatura del planeta haya subido 'solo' 1,5 grados. La brecha entre los compromisos adquiridos por los Estados y su aplicación en las políticas cotidianas sigue siendo muy grande. Demasiadas empresas, como explica Gemma Martínez, siguen apostando por acciones de maquillaje en lugar de cambiar radicalmente sus planes de negocio. Tampoco el compromiso personal de cada uno de nosotros está a la altura del reto que enfrentamos. Para todos, la pandemia ha sido una oportunidad perdida. No hemos sido capaces de que esa "nueva normalidad" incluyera algunas prácticas que durante aquel experimento social sanaron el planeta.
En este contexto, la guerra de Ucrania, que concentra sus efectos colaterales en el precio de la energía, ha puesto en evidencia algo que muchos habíamos advertido: la transición energética tiene un coste. Y cuanto más nos acercamos, por ejemplo, a la eliminación de los combustibles fósiles, más tensión hay en los precios. Los países que, como Rusia, basan sus ingresos en la venta de petróleo y gas suben el precio en la perspectiva de dejar de vender en el año 2030. Y para asegurarse esos ingresos extra o para intentar desbaratar esos planes de eliminación, son capaces de todo, incluso de ir a la guerra, al tratarse de autocracias. Ya hemos asistido a los primeros movimientos para caer en esa tentación con la reapertura, por ejemplo, de las centrales térmicas de carbón.
En paralelo, las nuevas generaciones muestran su inquietud. Valentina Raffio y Míriam Lázaro hablan de ecoansiedad. Hace unos días, Heriberto Araújo le explicaba a Sergi Mas en el Pódcast de EL PERIÓDICO, que dentro del movimiento ecologista crecen las llamadas a la desobediencia civil sistemática. Esta es la encrucijada de Sharm el-Sheikh: si los Estados bajan el ya tímido nivel de autoexigencia, las empresas y los ciudadanos pueden dejar de asumir los costes de esa transición y los radicales convertir el despropósito en una batalla contra el capitalismo y no contra el cambio climático.
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