Europa y los nacionalismos

Arte degenerado en el santuario

Avanzamos con paso tan insensato como resuelto hacia el abismo al que las generaciones del siglo XX creímos que jamás volveríamos a asomarnos

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LUIS MAURI / BARCELONA

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Avanzamos con paso tan insensato como resuelto hacia el abismo al que las generaciones del siglo XX creímos que jamás volveríamos a asomarnos. ¡Valiente hatajo de ingenuos! ¿Acaso no nos habíamos dado cuenta hasta ahora de que los progresos sociales, a diferencia de los logros científicos, no son irreversibles? ¿No habíamos reparado en que nunca se consolidan ni quedan garantizados, que hay que pelear eternamente por ellos?

Como Sísifo, el mito griego en el que Albert Camus vio escrito el absurdo de la existencia del hombre, la humanidad parece condenada a empujar penosamente montaña arriba una enorme roca que, nada más llegar a la cima, vuelve a rodar por la pendiente hasta el valle, adonde Sísifo debe regresar una y otra vez para arrastrala de nuevo hasta la cúspide. Y así hasta la eternidad.

No hay más que echar un vistazo alrededor. La primera potencia mundial está regida por un tipo de la catadura ideológica y moral del inenarrable Jesús Gil, por poner un ejemplo cercano. Un narcisita jactancioso, escoltado por un equipo de racistas, ultraderechistas, machistas militantes y pensadores mágicos dignos de los programas de cartomancia de la madrugada.

CUERPO A TIERRA 

Europa nunca alcanzó a ser un hecho sólido, pero sí fue una idea estimulante que dio paso a la época de paz más larga que han conocido los pueblos del continente. Pero hoy pocos parecen dispuestos a dar dos euros por ese anhelo. El sueño europeo está cuerpo a tierra, bajo el fuego cruzado de Trump, de la Rusia imperial que el autócrata Putin está resucitando y, sobre todo, de su propia carencia de voluntad y coraje políticos.

La extrema derecha cabalgan con brío renovado por las mismas tierras que hace solo siete décadas dejó anegadas con la sangre de más de 40 millones de muertos, víctimas de delirios no tan distintos de los actuales como nos gustaría creer. Los herederos de los bárbaros vuelven a atronar sin vergüenza ni rubor en las calles y los púlpitos del poder. La roca se despeña de nuevo. 

El sueño europeo, lo que queda de él, sucumbe a fuerza de traicionar el material de que está fabricado, sus propios fundamentos, su identidad, su razón de ser que en realidad nunca fue. Temblando de ignorancia, miedo y odio, Europa cierra sus puertas a las víctimas de la mayor crisis migratoria desde la Segunda Guerra  Mundial y se ve tentada de echarse en brazos de los sucesores de aquellos que en el siglo pasado ya la condujeron a la infamia. No hay memoria, no hay historia. ¿En qué centro comercial se vende eso?

AGUJERO NEGRO 

En casa tenemos lo nuestro. Dos nacionalismos, el español y el catalán, marcan desde hace años el paso del desfile y, como un agujero negro, absorben la mayor parte de las energías políticas y sociales disponibles. Se alimentan puntualmente uno al otro. No puede ser de otra manera: el nacionalismo es la afirmación propia a partir de la negación del otro.

Sin otro a quien estigmatizar, en quien proyectar males, pecados e iniquidades, sin otro a quien negar y a quien proclamarse superior, no hay nacionalismo. Es el atávico supremacismo tribal, una pulsión emocional, religiosa, que como tal requiere fe, exige mitos y es impermeable a la razón. El mecanismo psicológico no es muy distinto del que mueve a las hinchadas futbolísticas. Solo que en este último caso puede llegar a ser saludablemente sublimador. En el primero, no.

"El patriotismo es el último refugio de los canallas”. La cita de Samuel Johnson está muy sobada, pero no por eso es menos valiosa y vigente. El clásico inglés apuntaba al patrioterismo bajo el que con tanta frecuencia en la historia personajes desaprensivos han ocultado intereses espurios, traiciones y crímenes inconfesables. Se roba con mayor gozo y desahogo embozado en una bandera que a cara descubierta.

ORGÍA DE CORRUPCIÓN 

El conflicto catalán, espoleado sin desmayo por el PP tanto en la oposición como en el gobierno, es clave para entender la doble victoria electoral 2015-2016 de Mariano Rajoy pese a los estragos de la crisis y la orgía de corrupción de su partido. Este conflicto es también el clavo ardiendo al que se ha agarrado el nacionalismo catalán de centroderecha para tratar de salvar el abismo que ha abierto bajo sus pies el saqueo sistemático de las arcas públicas por parte del partido y de la familia de su patriarca. 

Esos dos motores son los que nos han traído hasta aquí. ¿Dónde es aquí? Aquí es el lugar donde una turbamulta digital brama contra una instalación artística instalada en el Fossar de les Moreres,Fossar de les Moreres una plaza pública de Barcelona según el plano de la ciudad o un santuario patriótico privado según la mitología nacionalista. Aquí es donde un gobierno municipal progresista claudica ante el griterío de los raptores de la patria y cancela la exposición. Aquí es donde resuena inquietantemente el eco de la persecución del arte degenerado ('entartete kunst', en la lengua que alumbró el concepto en los años 30 del siglo pasado). Aquí es donde antes se tarareaba 'La mauvaise reputation' y donde hoy Georges Brassens podría ser tachado de hereje y boicoteado por la tropa de guardia. ¿También le habría pedido el ayuntamiento que eliminase esa canción del repertorio para evitarse problemas?

SÍNTOMA, NO ANÉCDOTA

Quita ya, esto no es más que una anécdota desgraciada pero sin mayor trascendencia, objetará alguien. No, la negación de la libertad de expresión artística en el Fossar no es la anécdota, sino el síntoma. Uno más. Porque aquí es donde también se organizan boicots contra los escritores Javier Pérez Andújar y Elvira Lindo y la actriz Carmen Machi.  Javier Pérez Andújar  Elvira Lindo  Carmen Machi. Aquí es donde se maldicen las apostasías del periodista Jordi Évole y del exdiputado Joan Boada, todos ellos peligrosos agentes del imperio colonial español, como todo el mundo sabe.

La visión camusiana del mito griego no da opción al abatimiento. Camus no pierde la esperanza: imagina que Sísifo alcanza la felicidad en la lucha contra su mortificador destino, aunque no sea capaz de escapar a él.