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Ibon Martín: "El odio y la venganza pueden convertir a una persona en un monstruo"

El autor vasco, que participa este jueves en BCNegra, tiñe de algas rojas su nuevo ‘thriller euskaldinavo’, ‘La hora de las gaviotas’, una denuncia contra el machismo y la intolerancia ambientada en Hondarribia y escrita en Mont-roig del Camp

El novelista vasco Ibon Martín, autor de 'La hora de las gaviotas', en Hondarribia.

El novelista vasco Ibon Martín, autor de 'La hora de las gaviotas', en Hondarribia. / TXEMARI ORTIZ DE LUNA

Luis Miguel Marco

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Como buen vasco, Ibon Martín (Donosti, 1976) se echó al monte y, en su caso, tras probar con el periodismo, a editar sus propias guías de viaje del territorio. Se lanzó después al sirimiri de la literatura con una narración histórica, ‘El valle sin nombre’, pero cuando se caló hasta los huesos y conquistó al público fue cuando empezó a cometer asesinatos en cuatro entregas de ‘Los crímenes del faro’. Acuñó la novela de suspense 'euskaldinavo’ y, tras el éxito de ‘La danza de los tulipanes’ (50.000 ejemplares vendidos) participa este jueves en una mesa redonda de BCNegra con Juan Ramon Biedma y Ángel Vallecillo y presenta ‘La hora de las gaviotas’ (Plaza&Janés), otro caso por resolver que nos lleva hasta Hondarribia el día de la celebración del Alarde, el 8 de septiembre de 2019, fiesta patronal y uno de esos “anacronismos” en el que las mujeres no son bien recibidas para desfilar entre la tropa.

¿Ya sabe que no le harán hijo predilecto de Hondarribia?

Ya. El Alarde es algo que causa vergüenza. Y lo sorprendente es que muchas jóvenes están también en contra de la participación de la mujer y abuchean a las tropas mixtas. La pedagogía que se ha hecho en ese pueblo en los últimos años es más de confrontación que de otra cosa. Me apetecía empezar ahí la novela, con esa tensión, con esa carga de odio en un día que debería ser de celebración, y con el asesinato cruel y despiadado de una mujer.

Y no será el último, como manda la tradición de la novela negra. El odio es gasolina para usted. 

El odio y la venganza, que van de la mano y se pueden desbordar convirtiendo a una persona en un monstruo.

La acción se desarrolla en 16 trepidantes días y no deja resuello al lector. Es de los que le gusta atraparlo y tirar la llave. ¿Cómo lo hace?

Para mí, y para cualquier escritor de novela negra, es básico no dejar cabos sueltos. Todas las historias paralelas que vas abriendo se tienen que ir cerrando con una buena lógica, para que el lector no te pueda llamar la atención. Y para que lo que ha empezado muy en alto no decaiga. Hago un cronograma enorme, con muchísimos pósits, y busco que la tensión esté repartida a lo largo de las páginas. Siempre trabajo desde una localización, en este caso Hondarribia. A partir de ahí indago acerca de qué me encaja en ese escenario transfronterizo, que es muy distinto a la novela anterior, que era en Urdaibai en un mes de noviembre y diciembre.

"El machismo, la intolerancia y la intransigencia son los grandes cánceres del mundo"

Para que nada en la investigación policial chirríe, ¿le ayudan sus amigos de la Ertzaintza?

Tener el asesoramiento de verdaderos profesionales es clave. Tengo una red de ertzainas a los que voy consultado según el tema. Desde salvamento a seguridad ciudadana, pasando por investigación y por puestos de mando en comisaría. Depende de la duda que tenga recurro a uno o a otro. Incluso les hago dudar: ‘Ojalá a algún malhechor no se le ocurra esto que expones porque no sé qué respuesta le daríamos’, me han llegado a reconocer.

¿En quién se inspira la suboficial Cestero?

Ane Cestero tiene un poco de aquí y de allá. Tiene cosas de mí y de gente de mi entorno. Entre ella y Julia, su compañera, me veo yo muy reflejado. 

Le resulta muy cómodo, dice, escribir desde el punto de vista de una mujer. En este caso para denunciar el machismo, la intolerancia, la intransigencia.

Son los grandes cánceres de este mundo. Que tantas actitudes machistas sigan enquistadas, como padre de una niña de 6 años, me preocupa. Si dentro del entretenimiento de una novela podemos denunciar eso, mejor que mejor.

¿Vislumbra una larga vida a la novela 'euskandinava'?

De momento lo disfruto. Para mí ese término viene de la novela negra, con un punto muy social, como es la escandinava, que hemos adaptado a otro paraje y a otro clima, según se mire, bastante hostil, con rincones bastante solitarios y abruptos, como Euskadi. El éxito con los lectores está demostrado, así que seguiremos matando gente. 

¿Le han dicho que en estos tiempos de confinamientos perimetrales leerle es una manera de viajar?

Muchas veces, cuando estoy leyendo una novela, busco mapas en Google del lugar donde se ubica. Pero cuando escribo yo intento ir más allá. Quiero que todo esté tan profusamente descrito que el lector no necesite esa foto porque ya se la doy yo. Y un mapa incluso. Quizá porque empecé haciendo guías. El objetivo es que alguien que no conozca Hondarribia y lea la novela camine por la subida de la calle mayor hasta el castillo y lo reconozca como su hubiera estado antes.

"Me inspiro mejor en Mont-roig del Camp que en el Cantábrico"

Lo que quizá muchos de sus lectores no sepan es que sí, se documenta sobre el terreno, pero después deja la costa vasca y escribe en la Costa Daurada.

Sí. Y de hecho le diré que me inspiro mejor en la Costa Daurada que en el Cantábrico. En concreto en Mont-roig del Camp, en el Baix Camp. No sé muy bien por qué, si por los entornos o por los horarios. En Donosti escribo en una biblioteca, en una cafetería, a veces me voy a la Concha con una libreta..., pero en Mont-roig del Camp me voy a la playa al alba, me doy un baño, me siento en un chiringuito que no abre hasta el mediodía y durante cinco horas estoy yo solo, con el mar y las gaviotas, y de allí van surgiendo los textos. Es perfecto poner distancia física del lugar sobre el que estoy escribiendo. Mi mente trabaja mejor y sí, la mayoría de mis historias surgen en Mont-roig del Camp.

¿Cómo es su relación con las gaviotas?

De amor-odio. Quedan bien en el cielo, con sus graznidos, con esa carcajada que sueltan. Pero cuando estás en la playa o paseando por el puerto es otra cosa. Ahora ya rebuscan en las mochilas de los bañistas. Dan un toque marinero al paisaje, pero qué tensión cuando las tienes a tocar, con esa mirada torva y desconfiada. En Donosti vivo cerca del mar, pero no en la orilla, y me despiertan cada mañana. Anidan en el tejado de un colegio que tengo frente a mi casa. Las oigo mucho antes de que lleguen los críos. Son mi despertador.