Gente corriente
Ramon Petit; «'¿Qué pinto yo aquí?', me decía en la trinchera»
Dueño de Casa Petit, un comercio emblemático de Sabadell que cumple 100 años. Combatió con la 'quinta del biberón'.
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO
En un principio, la tienda de marroquinería Petit 1916 abrió como espartería. Y allí, en la calle sabadellense de Sant Quirze, Ramon Petit Llobet (Sabadell, 1920) demuestra cada día que sigue teniendo unas piernas y una memoria envidiables a los 95 años.
Nací en esta misma casa, en las golfes. Fue mi padre, Josep Petit, quien abrió la tienda porque una cuñada suya, que trabajaba de minyona en Sabadell, le escribió una carta a Tàrrega diciéndole que se había quedado libre una espartería. Mi familia trabajaba el esparto en Lleida, y mi padre vino a probar.
¿Qué se vendía entonces? Uy, de todo: alpargatas, cestos, esteras para los carros, alforjas, abanicos, capazos, escobas, cuerdas de pozo… Mi padre, que entonces era joven, iba a colocarlas a las masías de alrededor. También vendíamos madejas de cordel a las fábricas textiles.
Usted empezó a trabajar muy jovencito. Mi padre me esperaba como el gato a la rata para que lo ayudara [se ríe]. Pero a mí me gustaba, le ponía interés y solía arreglar el escaparate. Así que empecé a los 12 años y ya me quedé; iba a la escuela por las noches.
Luego, comenzaron con las persianas. Como vendíamos tantas, se me metió en la cabeza la obsesión de que teníamos que hacerlas nosotros mismos. Pero con la guerra todo se paró, todo se vino abajo. Estuve con la quinta del biberón.
[Así fueron bautizadas las levas republicanas de 1938 y 1939 en las zonas que aún controlaba la asediada República. Fueron reclutados 30.000 jóvenes de 17 años].
¿Cuándo lo movilizaron? En abril del 38. Los más jóvenes en ir a la guerra, pero la guerra de verdad, ¿eh?
Lo sé, lo sé. Yo era de los mayores: acababa de cumplir 18 años. Se nos llevaron a Balaguer y a La Sentiú de Sió, en la Noguera.
A la batalla del Segre. Luego, a Vilalba dels Arcs y La Pobla de Massaluca, en la batalla del Ebro. Habían levantado pasarelas sobre el río dos o tres días antes de que llegáramos.
¿Les habían dado instrucción militar? Casi nada. Repartieron unos fusiles checos y hale, a resistir. Un día estabas vivo y al siguiente... En la trinchera, me decía, ¿qué demonios pinto yo aquí? Muertos por todas partes, fue un desastre de víctimas.
Después, estuvo en los batallones disciplinarios de trabajadores hasta 1945. Primero, me llevaron a Melilla y luego a Punta Cires, en Ceuta. Cuatro años construyendo fortificaciones a pico y pala. En todo ese tiempo, solo me dejaron venir una vez y porque mi madre estaba enferma.
Vale más que volvamos a las persianas. Fue después de la guerra cuando empezamos a fabricarlas en la trastienda y las vendíamos a montones. Todavía conservo la máquina con que serrábamos los listones. Eran persianas de aquellas de cuerda, ¿sabe? Llegamos a tener dos trabajadores, y cada día hacíamos un rollo de 30 metros.
Por el 'boom' de la construcción. Sí, se construía porque venía mucha inmigración a Sabadell. A los primeros en llegar, ya antes de la guerra, les decían «murcianos». Luego, llegaron los andaluces, para la obra y las fábricas del textil, que entonces habría un centenar... No fuimos nosotros quienes dejamos el esparto, sino que el esparto nos abandonó a nosotros.
Hay que adaptarse a los tiempos. Mire, ahora vendemos maletas y bolsos. Estoy contento de que mis hijas, Rosa y Àngels, y dos de mis nietos hayan continuado con el negocio, aquí y en Sant Cugat. Mi padre [se emociona] era muy, muy pencaire. Nunca se hubiese imaginado, el pobre, que llegaríamos a cumplir un siglo.
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