Análisis
¿El optimismo es posible?
Hace unos años escribí un libro subtitulado El optimismo es posible. Hoy soy más pesimista. Los medios de comunicación están recogiendo la noticia que anticipó ayer EL PERIÓDICO sobre los sonrojantes resultados del Programa internacional para la evaluación de competencias de la población adulta (PIAAC), una especie de PISA para adultos, que nos sitúa en el furgón de cola de la OCDE. Durante dos o tres días nos llevaremos las manos a la cabeza y después las guardaremos en el que entre nosotros parece su lugar natural: los bolsillos. La mediocridad seguirá siendo el pan nuestro intelectual de cada día porque no hay vergüenza que tres días nos dure.
Lo que inmediatamente llama la atención es lo obvio: nuestros deprimentes resultados en matemáticas y en comprensión lectora. Pero tras lo obvio hay un par de datos que deben ser resaltados.
En primer lugar, los bajos niveles de excelencia, un factor clave para garantizar la competitividad en unas economías basadas en el conocimiento. En PIACC solamente alcanzan la excelencia el 5% en comprensión lectora y el 4% en matemáticas. Son niveles bajísimos… pero más altos que de nuestros jóvenes de 15 años en PISA.
En segundo lugar, constatamos que la generación que tiene actualmente alrededor de 60 años comenzó a estudiar en un sistema educativo que en cuanto a sus resultados era el más pobre de la OCDE. Corea ocupaba entonces el antepenúltimo lugar.
En los años 50, el coreano no tenía términos para expresar conceptos como matemáticas o ciencia, la ratio de profesores/alumno era de 59/1 y solamente un tercio de la población había ido alguna vez a una escuela secundaria. Sus actuales resultados en PISA son bien conocidos. Las revoluciones educativas son, pues, posibles. Tan posibles, que nosotros estábamos llevando a cabo la nuestra. El estirón que se dio en España entre la población que ahora se sitúa entre los 65 y los 45 años fue el mayor, con diferencia, de todos los países de la OCDE. Progresábamos más que adecuadamente… hasta que la LOGSE decidió estrellar nuestra escuela contra la ideología. Tras parar en seco, comenzamos a retroceder.
Con el «nefasto» sistema educativo anterior a la LOGSE, cada cinco años disminuía cinco puntos el porcentaje de población sin estudios secundarios. Y esto se conseguía sin reducir el nivel de exigencia. El progreso fue tan espectacular que si consideramos los últimos 50 años, somos el cuarto país de la OCDE que mejor lo ha hecho. Gracias a la LOGSE,
somos el país que peor lo ha hecho en los últimos 12 años.
¿No debería salir alguien a pedir perdón públicamente? Y no sirve la excusa de que somos el país más equitativo del mundo repartiendo mediocridad.
Hemos sido víctimas de las buenas intenciones de los partidarios de los métodos suaves. Pero como nos gusta evaluarnos por la altura de nuestras buenas intenciones, ignoramos la mediocridad de nuestros resultados. Eso sí, a los niños que condenamos al paro y a no entender a nuestros clásicos les ofrecemos la compensación de la inteligencia emocional.
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