TESTIMONIO DE UN EXINTERNADO EN EL CENTRO DE BARCELONA

«Nos esposaban para trasladarnos»

Ramiro, ayer, en su domicilio,en el Poblenou de Barcelona.

Ramiro, ayer, en su domicilio,en el Poblenou de Barcelona.

T. S.
BARCELONA

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Ramiro es boliviano, tiene 36 años, pareja y una hija, Verónica, de cuatro. Trabaja como informático. No olvida las que probablemente fueron sus tres semanas más duras:«Y eso que creía haberlo pasado todo, porque he vivido solo desde pequeño. Fue una experiencia desagradable que todavía me afecta».En el 2008 le detuvieron por estar en situación irregular en España. Estaba caminando por la Rambla. Era la segunda vez que le pasaba. La primera,pagócon una noche en el calabozo. Pero a la segunda, de la Rambla se fue al CIE, pese a que ya tenía una hija nacida aquí y una oferta de trabajo, elementos que abonaban su regularización.

No sirvió para evitar que le tocara pasar por la experiencia. Él tiene claro por qué lo detuvieron:«Mi tez es indígena. Van a por gente con este aspecto».La versión coincide con la denuncia del presidente de Fedelatina, Javier Bonomi, quien sostiene que se detiene a más simpapeles negros porque son más fáciles de detectar. Sobre por qué no hay tantos latinoamericanos en los CIE tiene otra versión la portavoz de SOS Racisme, Jose Peñín:«Los vuelos son más caros».

Celda de castigo

Sea por lo que fuere, Ramiro se encontró interno (en la práctica, preso) y recuerda con inquietud la situación:«Había un poco de todo. Mucha gente que estaba trabajando y muchos que delinquían».Afirma que la mitad de los internos correspondía a un grupo y la otra mitad, al otro. Y denuncia que nadie hacía nada para separar a unos de otros:«Estábamos mezclados con gente acostumbrada a robos y peleas. Creaban problemas y la policía no hacía ningún gesto».Sostiene que los agentes también tenían tendencia al maltrato:«Otro boliviano dijo una palabra que no gustó a un agente y lo agredieron».

Ramiro revela algo que ya constataron las entidades que entraron hace dos meses en el CIE: cuenta con una celda de castigo, algo que se antoja incomprensible dada la naturaleza del centro.«Había internos que se pasaban horas o días allí dentro»,explica. A él no le tocó nunca:«Decían que allí les maltrataban».

Dormía en celdas de cuatro o seis presos, con literas. Sin embargo, sostiene que varias veces la ocupación del centro se desbordó, para luego volver a reducirse: el tránsito de los internos era muy frecuente, dice. Cuando había gente de más se añadían colchones en el suelo de la celda. Ramiro explica que con el apoyo de Fedelatina y de sus allegados al final consiguió aportar la documentación necesaria para demostrar que su futuro en Barcelona era legal y que no debía ser expulsado. Salió y no olvida la inquietud que pasó allí, ni algunas imágenes que le resultaron especialmente duras. Quizá la más significativa sea la que evoca las filas de presos encadenados de las películas.

En su caso, relata, los internos del CIE de la Zona Franca iban esposados y en fila en los traslados del centro al juzgado. Solo faltaba Paul Newman enLa leyenda del indomable, pala en ristre. El hecho que denuncia el boliviano resulta terriblemente llamativo si se vuelve a tener en cuenta que en principio quienes están en un CIE no están allí por haber cometido un delito. Ramiro declina aparecer en la foto mostrando su rostro. Sin embargo, se muestra encantado de colaborar con su testimonio con el fin de que su caso no se repita. Tanto.