Gente corriente
Isabel Escobar: «Limpiamos suelos, pero no somos basura»
Núria Navarro
Periodista
NÚRIA NAVARRO
«Debería estar limpiando suelos», le vomitó el concejal del PP de Palafolls Óscar Bermán a la alcaldesa Colau. Una expresión redonda del ninguneo, debió de pensar él. Pero no cayó -o sí- en el desprecio a las miles de mujeres cuyo empleo es sacar nuestra mugre a cambio de un jornal exiguo. Una de ellas es Isabel Escobar, chilena de 60 años, 16 de ellos armada con el mocho, la lejía y el imperativo moral de exigir respeto para todas ellas.
Friega y mucho, sí. Pero lo que al edil Bermán le parece un insulto es un oficio gracias al que él respira limpieza.
-Tiene usted la palabra, doña Isabel. A ese señor le diría que gracias a que hay mujeres fregando su casa y planchando su ropa él anda limpio y su esposa puede manejar su tiempo como desee.
-¿Se acostumbra una al menosprecio? No. Y no solo lo practican los hombres. También las señoras. Vivimos en una sociedad machista y esclavista.
-Cuente un ejemplo propio. Entré interna en casa de un ingeniero, programador de vuelos de Iberia. Estaba operado de cáncer de estómago y padecía esquizofrenia. Yo me hacía cargo de todo. Limpiaba, cocinaba, lo llevaba al médico. En pocos meses subió de peso y ganó vitalidad.
-Todo parece en orden. Pero su hija empezó a calentarle la cabeza: «Cuando consiga los papeles, te dará la patada». La situación se fue tensando. Por su enfermedad, un día trató de pegarme con un bastón. Decidí irme, y la hija me tiró 180 euros -mi sueldo era de 480- y me dijo que me diera por pagada o me acusaría de casi homicidio por abandonar a su padre. No los acepté. Mi dignidad no tiene precio.
-Esa reacción no debe de ser usual, ¿no?-Lo usual es que te hagan notar que tú estás por debajo. Pero yo nunca me he dejado avasallar. Con 17 años le pegué a un jefe de la pastelería donde trabajaba por propasarse con todas las chicas. Mereció la pena el despido. Pero si yo me hubiera puesto de alfombra, me habrían pisado cien veces. Trabajé para una inspectora de Hacienda que solo supo que me llamaba Isabel.
-¿Ha visto cosas que no creeríamos? Ya lo creo. Hay que tener mucho estómago. Detrás de la ropa cara y las joyas hay señoras que dejan el baño asqueroso. Pelos, compresas sucias... No les importa nada la mierda que van dejando porque para eso estás tú. Muchas compañeras sufren abuso salarial y de poder. Hay millones de excusas para el despido arbitrario: por sucia, por ladrona, por tomarte libertades, por provocar al marido. Eso por cinco euros la hora.
-¿Eso explica que presida Sindihogar, el sindicato de empleadas del hogar? Sentí que las cosas no podían continuar así, efectivamente.
-¿La primera reclamación de su lista?- El respeto. Fregamos los suelos, pero no somos basura.
-Usted, ¿cómo llegó a empuñar el mocho? Mi marido y yo teníamos una tienda de suvenires en Viña del Mar. Mi suegra, que vivía en Madrid, estaba delicada de salud. Yo vine a cuidar de su madre y otra se encargó de cuidarle a él.
-Un mazazo. ¿Qué hizo? En Madrid yo fregaba en casa de un directivo de Endesa, del Opus. La señora me mandó al confesor. «Un problema de matrimonio siempre se arregla en la Iglesia», dijo. El cura opinó que por un «calentón» no podía echar por la borda 25 años de matrimonio.
-¿Aceptó el consejo pastoral? Sí. Viajé a Chile, pero no había nada que hacer y regresé. Actualmente limpio una casa de cuatro plantas y por las noches cuido a una señora mayor. Muchos días empalmo.
-Una vida que no desea al señor Bermán. Nadie dijo que la vida iba a ser fácil.
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