Argucias para que la pensión llegue a fin de mes
La soledad y las privaciones alimentarias castigan a muchos jubilados, la mayoría mujeres que sobreviven con ingresos precarios
Viven, desde hace cuatro años, en un piso asistido de alquiler social, donde además de una residencia accesible y a precio asequible, tienen compañía. O al menos, no se sienten tan solas como antes. Y si alguna sufre algún mal traspié, tienen cerca a alguien que les atienda. Julietta Ortiz (Logroño, 1942) y Lidia Pigazos (Valladolid, 1941) se pusieron a trabajar a los 15 años y, pese a que ambas cobran pensiones superiores a la mínima no contributiva de 367 euros, ninguna de ellas llega a fin de mes. Antes de recalar en este centro del barrio del Raval y propiedad del Ayuntamiento de Barcelona, ambas residían en pisos sin ascensor (Julietta en una cuarta planta y en una quinta, Lidia) y las dos habían pasado también por enfermedades graves, que les habían limitado la movilidad.
"A mí, venir a vivir aquí me cambió la vida", exclama Lidia, la vallisoletana, que pasó la juventud trabajando en una empresa textil de Mataró y, más tarde, ya como trabajadora autónoma, fue cuidadora de ancianos y cocinera en un cámping. "Yo estuve durante muchos años cobrando parte de mi salario en negro, así que tuve que trabajar hasta los 70 años para poder tener una pensión de jubilación algo más digna", cuenta Julietta, la riojana, que fue primero secretaria y, desde los 26 años en adelante, profesora de autoescuela.
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POBLACIÓN ENVEJECIDA
"El 25% de la población catalana es, ya hoy, mayor de 65 años y para el 2040, la previsión es que ese porcentaje sea del 45,7%. En España, para entonces, los jubilados representarán un 47,4% de la población y un 48,8% en la Unión Europea", asegura Pilar Rodríguez, adjunta a la gerencia y directora de la unidad sociosanitaria de la Associació Benestar i Desenvolupament (ABD). "Se trata, además, de una población eminentemente femenina, que vive sola y que se encuentra en situaciones cada vez más precarias, porque sus pensiones no alcanzan para más", prosigue Rodríguez. La soledad, las privaciones para que el dinero dé de sí, acaba llevando al deterioro físico y psicológico. "Comen mal, no encienden la calefacción o no pueden salir de casa cuando no hay ascensor", relata la responsable de la asociación.
Julietta y Lidia aflojan bombillas para no gastar tanta electricidad y friegan los platos a mano, cerrando el grifo entre plato y plato, para ahorrar agua. Son mujeres activas, que participan en talleres, hacen cursos de informática y se juntan con otras residentes para ver películas. Pero hay algo que les preocupa. Mucho. No quieren ser una carga para sus hijas (Julietta tiene dos y Lidia, una, que vive en Brasil). Por eso, confiesan, una ha legado su cuerpo a la ciencia y la otra hace cada mes un esfuerzo para pagar, como viene haciendo desde hace años, un seguro de vida. "Bastante tienen ellas para poder ir tirando. No les vamos dejar también el coste de tenernos que enterrar", comentan.
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