El epílogo

Indignados, no utópicos

JUANCHO DUMALL

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La encuesta del Gabinet d'Estudis Socials i Opinió Pública (GESOP) relativa al movimiento de los indignados publicada ayer por este diario recoge algunos datos relevantes. Por ejemplo, que el 73,7% de los encuestados en España respaldan una de las más repetidas reivindicaciones de los acampados, el cambio de la ley electoral. A diferencia de otras demandas, como el trabajo para todos y la vivienda digna, la de la reforma electoral no entra en el terreno de las utopías ni de las grandes declaraciones. Se trata de una exigencia concreta, materializable con un acuerdo entre los partidos mayoritarios. No es ningún torpedo a los cimientos del capitalismo. Sin embargo, elestablishment, contra el que claman los acampados, defiende el actual método de elección de representantes como si se tratara de uno de los pilares de la democracia. Y no es así.

La ley electoral española nace, en 1977, de un pacto entre la UCD y los socialistas con el objetivo de que el Parlamento no sea unasopa de letrasde la que salgan gobiernos débiles. El conocimiento de la historia trágica de España pesaba en quienes creyeron que la ley electoral debía favorecer un sistema bipartidista imperfecto (con participación relativa de las minorías de derecha e izquierda y de los nacionalismos periféricos), lejos del multipartidismo, que remitía a la España ingobernable, cantonalista y anárquica.

Reforma y miedo

Los legisladores que hicieron la Constitución del 78 actuaron movidos por las ansias de reforma y, también, por el miedo a la involución. Pero tres décadas más tarde salta a la vista que el sistema electoral vigente en España y en Catalunya (donde una nueva ley electoral está pendiente ¡desde 1981!) es el refugio de unas cúpulas de media docena de partidos que administran el poder.

La encuesta del GESOP señala que todavía una mayoría (55% frente al 38%) cree que el PSOE y el PP no son lo mismo. El día que la opinión pública crea mayoritariamente que los dos grandes partidos son iguales, habrá llegado la gran ola. Y entonces lo que se reclamará será, sencillamente, cambiar la Constitución.