Los jueves, economía

La culpa es de los americanos

Los problemas de EEUU son parecidos a los nuestros, sus políticas son ineficaces y nos pueden dañar

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ANTONIO ARGANDOÑA

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Eso es lo que decía la habanera El meu avi: la culpa la tuvieron los americanos -los del Norte, claro- que hundieron El Català, el barco en que murieron los marineros de Calella. Claro que el barco estaba en las costas de Cuba, de modo que, a lo mejor, los que lo mandaron allí también tuvieron algo que ver con el desenlace. Digo esto porque ahora se lleva mucho decir que la culpa de la crisis la tuvieron los norteamericanos, y es verdad, pero no toda la verdad: todos tuvimos nuestra parte de culpa y, a veces, una parte grande.

Pero no quiero hablar de la crisis pasada, sino de la política que está siguiendo ahora el banco central norteamericano, la Reserva Federal (la Fed, en el lenguaje popular). Sí, ya sé que el lector tiene otras cosas más graves que pensar ahora, a unos días de las elecciones catalanas. Pero déjeme que le explique las tres tesis de mi artículo. Una: lo que les pasa a los norteamericanos es muy parecido a lo que nos pasa a nosotros. Dos: sus políticas no les sacarán del agujero. Tres: pero, entre tanto, sus políticas nos pueden hacer mucho daño.

Lo que les pasa a los norteamericanos es muy parecido a lo que nos pasa a nosotros. El diagnóstico oficial aquí es que es una crisis profunda, estructural, no de falta de demanda. Los tipos de interés están muy bajos, pero los bancos no prestan; el Gobierno intentó sacarnos con políticas fiscales expansivas, y solo consiguió crear una formidable crisis de deuda y el rechazo de los mercados a financiar nuestra recuperación forzada. O sea que, al menos en España, es la hora de las reformas.

En Estados Unidos, el diagnóstico oficial sigue siendo que el problema es la falta de demanda. Hay que animar a los consumidores a gastar más; las empresas ya se animarán con la exportación, gracias al dólar depreciado. Pero me parece que ese diagnóstico es incorrecto. Dar dinero a familias endeudadas, cuyos activos han perdido valor y cuyo puesto de trabajo está en peligro no animará el consumo; y darlo a las empresas también endeudadas y sumidas en el desconcierto tampoco relanzará su economía. El diagnóstico es, aquí y allí, parecido.

Por tanto, segunda tesis: sus políticas no les sacarán del agujero. Han intentado la política monetaria expansiva, bajando los tipos de interés hasta casi cero, pero los bancos, muchos de ellos aún en dificultades, no están decididos a conceder más créditos. Tampoco las familias endeudadas y empobrecidas, ni las empresas endeudadas y temerosas, se deciden a pedir crédito. La Fed está lanzando dinero a la economía por otras vías, pero siempre bajo el supuesto de que lo que les pasa a los norteamericanos es de carácter psicológico, y que lo que necesitan es recibir una sorpresa agradable para volver a ser los alegres gastadores del pasado. Algo así como si aquí pensásemos que, después de las elecciones del 28-N, los catalanes recuperaremos rápidamente las ganas de vivir y de gastar. Bonito, pero poco realista.

La política fiscal sigue siendo expansiva en EEUU. Nosotros lo intentamos, pero nos salió mal, porque los mercados financieros se negaron a financiar la generosidad de nuestros políticos (si no se lo cree, pregúnteselo a los griegos, a los portugueses o a los irlandeses). Los americanos tienen la moneda de reserva mundial, de modo que los chinos y otros muchos siguen deseosos de acumular dólares. Es como si el Gobierno de Obama tuviese una tarjeta de crédito muy generosa y barata. Pero, obviamente, el déficit público tiene un límite, también para los norteamericanos.

Y vamos a la tercera tesis: las políticas norteamericanas nos pueden hacer mucho daño. Esto ya está ocurriendo en los países emergentes, que se ven inundados por entradas de capitales que buscan la rentabilidad que no encuentran en EEUU (ni en Europa o Japón). China se defiende con sus controles, que tanto molestan a los norteamericanos; el resto de países hace lo que puede. En todo caso, ahí se están formando unas cuantas burbujas, que pueden provocar crisis posteriores: en el mercado inmobiliario chino, en las primeras materias, en las bolsas de los países emergentes… El que avisa no es traidor.

Y eso también nos afecta a nosotros, claro. Los altibajos del euro son reflejo de los bajialtos del dólar, agravados por nuestros propios problemas -la deuda griega, irlandesa, portuguesa, española…-, la falta de acuerdo en las políticas de la Unión Europea, el estado poco satisfactorio de la banca a este lado del Atlántico…

En el fondo, la pregunta del millón es la misma, aquí y allí: quién está pagando o quién va a pagar los platos rotos de las familias insolventes, de las urbanizaciones invendibles, de las cajas que se resisten a hacer los deberes de la fusión, de los gobiernos (nacionales, autonómicos y locales) que se empeñan en mantener una estructura de gasto insostenible con unos ingresos que depauperan al público, de los inversores que se empeñan en que otros cubran los costes de sus errores… En su día aplaudimos a Obama, que iba a salvar a su país. Fuimos demasiado optimistas. Tampoco allí atan a los perros con longaniza. Profesor del IESE Business School.