LA GRAN CITA ITALIANA DEL ARTE
El pelotazo de Albert Serra
El realizador de Banyoles llena el pabellón catalán de la Bienal con cinco pantallas y 12 horas de cine
Cinco proyecciones en otras tantas pantallas en la más absoluta oscuridad -tanto que es casi imposible no chocar con el espectador vecino- y seis canales de audio, todos diferentes y todos en catalán, dibujan una atmosfera angustiante, como mínimo, en el pabellón de Catalunya de la Bienal de Venecia. Se trata de la puesta en escena de La singularidad, el cuarto proyecto (el primero fue en el 2009) que el Institut Ramon Llull presenta en la cita italiana y el que más expectación ha generado. No en vano, lo firma el cineasta Albert Serra (Banyoles, 1974), a quien la Tate Modern le acaba de dedicar una retrospectiva y a quien el Pompidou homenajeó en el 2013.
Más de 12 horas de película con 82 escenas y ningún fotograma repetido, que construyen «una ficción alrededor de la idea de la prevalencia cada vez mayor del factor tecnológico sobre el factor humano», a juicio del cineasta. A partir de aquí «la película habla de todo y habla de nada", continúa Serra, que en el filme dibuja a un grupo de personas a la caza de oro que se arriman a un personaje que asegura tener una mina del metal. Aunque su búsqueda no es más que una metáfora de la búsqueda de una fuente de riqueza que solucione los problemas de los protagonistas en un mundo sin futuro laboral. O lo que es lo mismo «en busca del pelotazo», en palabras de la comisaria Chus Martínez, para quien La singularidad «explica lo mismo que Silicon Valley, The Economist y Thomas Piketty».
Pero hay más: están también las relaciones interesadas, la sumisión al poder, la corrupción de la banca, la permanente insatisfacción romántica y la vigilancia con drones. Explicado todo en un contexto «bastante corrupto», apunta Serra. Y explicado desde la «obsesión, casi fanatismo, por la imagen».Cuatro versiones Y rodado a modo de performance, pues «muchos de los personajes y de los giros de la historia iban surgiendo en tiempo real». Una improvisación esencial para Serra, por ello no trabaja con actores y echa mano, como en este filme, de sus amigos. Pero la película, grabada en Irlanda y Lleida, aporta también novedades en el cine del catalán: largos diálogos -algunos llegan a los 30 minutos- y la ausencia de un texo clásico en el origen. Pero mantiene la temporalidad monumental de las obras de Albert Serra.
Algo que no debería ser un problema pues la primera pantalla de la instalación sintetiza la historia en 12 minutos y las otras cuatro cuentan cuatro versiones de la misma narración ampliadas a tres horas cada una. Un mar de imágenes y de minutos para llegar a un punto final: «La tecnología se adueña de las personas y no a la inversa», concluye el artista.
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