BRUTAL ASEDIO EN EL OESTE LIBIO

La lucha se libra cuerpo a cuerpo en Misrata

EL PERIÓDICO, testigo del combate en el que fallecieron dos periodistas

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Los leales al régimen de Trípoli no se dan tregua. Matan y destruyen de noche y de día. Misrata, la gran ciudad del oeste libio asediada por los gadafistas desde hace semanas, se cae a pedazos. Viviendas convertidas en montones de piedras, edificios carbonizados, calles desaparecidas bajo los cráteres, barrios enteros arrasados. Este es el paisaje que han dibujado las bombas, los cohetes, los proyectiles, los morteros lanzados contra los combatientes y los civiles de Misrata.

Los disparos de los francotiradores apostados en los tejados de las viviendas y de los edificios de la principal y gran temida avenida de Trípoli alcanzan todos los rincones. El combate en esta ciudad de más de medio millón de habitantes, se libra cuerpo a cuerpo, casa a casa.

CON LOS SUBLEVADOS / EL PERIÓDICO acompañó el miércoles a un grupo de sublevados que pensó haber sumado un nuevo triunfo en su lucha por liberar unos metros de calle. Uno de los devastados edificios en la céntrica avenida, que había sido refugio de los mercenarios desde que comenzó la resistencia hace dos meses, fue asaltado por los rebeldes. «Todavía quedan dos francotiradores en el interior que no quieren rendirse», nos aseguró envalentonado un insurrecto, señalando hacia el edificio mientras continuaban los combates en el interior.

Convencidos de que los rebeldes controlaban la situación, esta reportera, junto con un grupo de periodistas, decide entrar en el edificio para ser testigos de la batalla. «Los vamos a arrestar y si no se rinden, los matamos. Lo vais a ver», nos gritan eufóricos los jóvenes de la Revolución.

Subimos por una polvorienta y ennegrecida escalera y solo vemos columnas de fuego. Suben y bajan los rebeldes con navajas, cuchillos y rifles. La atmósfera es angustiosa, el calor insoportable. Se escuchan ráfagas de disparos. «Deben ser los rebeldes desde el tejado», pensamos. De repente, los sublevados bajan un cuerpo a hombros. Luego otro. «Son de los nuestros. Están muertos».

Los francotiradores, que parecían mas de dos, resisten y vuelven a abrir fuego. Los revolucionarios corren escaleras abajo, otros saltan por alguna de las ventanas del inmueble y empieza de nuevo el fuego cruzado. Esta periodista abandona el lugar hacia a una zona más segura, mientras que los fotoreporteros Tim Hetherington, Chris Hondros, Mikel Brown y Guy Martin deciden quedarse. Poco después, son alcanzados por un obús de mortero. Hetherington falleció a las puertas del hospital Al Hikma, donde nos hemos alojado la última semana en Misrata. Hondros, herido crítico, murió unas horas después con la cabeza reventada. Brown y Martin permanecían estables tras ser operados.

En Misrata, cualquier ciudadano es blanco de ataque, en la calle, en la casa, en la estación de servicio, en la tienda del pan... Olga, enfermera ucraniana, vivía en los alrededores de la avenida Trípoli y pretendía abandonar definitivamente esta zona amenazada por los leales a Gadafi. El miércoles, esperaba su chófer cuando recibió el impacto de un mortero que le arrancó las dos piernas de cuajo. Su compañero murió en el acto.

MÚLTIPLES DRAMAS/ Los cuatro hijos de Alí quedaron descuartizados tras estallarles un misil, la mujer y el hijo pequeño de Youssef Zidani murieron, en su casa, víctimas de las balas de los francotiradores.

Pero las fuerzas gadafistas no solo han matado, también han secuestrado a familias y han robado. «Hemos visto muchas viviendas asaltadas. Los hombres de Gadafi ubican sus tanques entre las casas para utilizar a las familias comoescudos humanosy evitar los ataques de la OTAN. Esto es un crimen», denuncia Donatela Rivero, enviada especial a Libia de Aministía Internacional, quien además alerta de la tragedia que se avecina para las próximas semanas si continúa el asedio de Gadafi.

«Hay muy pocos alimentos en las tiendas, no hay frutas, ni verduras. Faltan medicamentos. Una ciudad no puede funcionar así», denuncia.

Tampoco se puede trabajar en Misrata. El miércoles por la noche, esta reportera y otros periodistas tomábamos el barco fletado por la Organización Internacional de Migraciones (OIM) para evacuar hacia Bengasi a los miles de extranjeros que permanecen aún atrapados en esta ratonera. El cuerpo sin vida de Hetherington viajaba con nosotros. Atrás quedan decenas de miles de civiles sin posibilidad de escapatoria. Nosotros nos vamos pero Misrata se queda sola en su martirio.

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