DRAMÁTICA SEPARACIÓN EN LA PENÍNSULA COREANA

Resurrección en Corea

Recuerdo imborrable 8 Suk Tae muestra las fotos del reencuentro.

Recuerdo imborrable 8 Suk Tae muestra las fotos del reencuentro.

DAVID PLACER / Seúl

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Suk Tae-soon, un bombero jubilado de 74 años, se levanta casi cada día en su casa de Seúl con el temor de recibir una llamada del Gobierno norcoreano para informarle de que su hermano ha vuelto a morir. La primera vez que le anunciaron su fallecimiento fue en agosto de 1952, cuando tenía 16 años. En ese momento su hermano Suk Young-soon fue obligado a ingresar en el Ejército de Corea del Sur para combatir contra las fuerzas norcoreanas en la guerra que rompería la península en dos.

Suk Young recibió varios disparos, desapareció en combate y fue dado por muerto. Su cuerpo nunca apareció pero, desde ese momento, la familia Soon organizaba misas funerales cada año hasta julio del 2007, cuando Suk Tae recibió una llamada inesperada. Al otro lado del teléfono, estaba un voluntario de la Cruz Roja:«Su hermano no está muerto. Vive en Corea del Norte y ha pedido reencontrarse con usted»,recuerda Suk Tae mientras remoja sus pies en agua caliente en un café tradicional de Seúl.

Con la construcción de la frontera entre las dos Coreas, una de las más militarizadas y minadas del mundo, decenas de miles de familias han vivido separadas durante seis décadas. Ni una carta, ni una llamada, ni un mensaje. Nadie sabe el destino de sus seres queridos al otro lado de la frontera. Tampoco lo sabía Suk Tae. Tampoco él se imaginaba que su hermano no estaba muerto, sino que fue capturado como prisionero de guerra, llevado a Corea del Norte y finalmente indultado. Desde el 2000, la Cruz Roja organiza un programa humanitario para reunir un fin de semana a los familiares separados. Solo unas 200 personas obtienen el permiso.

Más de dos años pasaron desde la llamada de la Cruz Roja y el reencuentro. Para Suk Tae fue una espera interminable. La vejez también tiene sus prisas. Muchas noches no durmió pensando en qué habría sido de la vida de su hermano. ¿Estaría casado? ¿Tendría nietos? ¿Trabajaría para el Gobierno?

En el reencuentro, a finales de 2009, Suk Tae reconoció de inmediato a su hermano entre decenas de ancianos. Se fundieron en un abrazo, lloraron como unos niños y una cadena de noticias local captó el momento que enterneció al país.

Vigilancia extrema

Los reencuentros deben pasar estrictos controles de ambos Gobiernos para evitar fugas de información. Todo está consensuado y cronometrado: las dos horas de un encuentro privado, el tipo de comida, la entrega de regalos. Ambos respetaron las normas y evitaron el tema prohibido, la política. Salvo en una ocasión.«Mi hermano me susurró: saquen a patadas a los americanos»,agrega Suk Tae mientras repasa los recuerdos de aquel fin de semana, las fotografías y los documentos.

Cuando se quedó a solas con él, Suk sintió que estaba frente a un extraño:«No se acordaba de su infancia. No preguntó por sus primos ni por la gente del pueblo. Seguro a causa de las torturas".

El encuentro a solas duraba dos horas. Y Suk Tae tenía que exprimirlas al máximo para contar 60 años de vida, decir que tenía dos hijos y que su madre murió con la pena de no haber encontrado su cadáver. Él pudo saber que su hermano fue torturado varios años pero, tras un indulto, terminó trabajando como obrero en una fábrica. En el momento de rememorar sus vidas, Suk Tae recuerda que hubo muchos silencios, demasiados. Se tocaban la oreja, dejaban la mirada clavada en las paredes. Después de media hora, los hermanos que durmieron juntos toda la infancia, no tenían nada que contarse.

Al día siguiente, el último de la jornada, Suk Tae-soon entregó a su hermano tres maletas con ropa nueva, medicinas y ocho relojes digitales, un accesorio muy preciado en Corea del Norte. A cambio recibió tan solo dos jarrones de cerámica y dos botellas de alcohol.

Tras la despedida, el hermano norcoreano se montó en el autobús, sacó las dos manos, una por cada ventana, para tocar a su hermano por última vez hasta que autobús comenzó a moverse. Entonces Suk Tae-soon supo que sería la última vez que tendría contacto con él. Ni una llamada, ni un correo ni una noticia. Para él, había vuelto a morir. Esta vez para siempre.