Ray Davies: "Ser tiroteado fue un accidente horrible, pero poético"

El líder de The Kinks, historia viva del rock, repasa su pasado y su presente en el mundo de la música y habla de su próximo disco, 'Americana'

Ray Davies

Ray Davies / periodico

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Ray Davies ha vivido durante sus 70 años (los cumplió hace un mes, el 21 de junio) a menos de dos kilómetros del banco callejero del norte de Londres donde hoy quiere sentarse a charlar. Su casa está a pocos minutos de aquí. El que fue líder de The Kinks nos cita en una plaza a la que puede llegar a pie. Se presenta con un aire melancólico que le acompañará durante toda la entrevista. Viéndole llegar de lejos, a paso lento, con una cojera, con vaqueros y zapatillas de deporte, parece uno más de los abuelos del barrio y no el rockero que actuó el pasado domingo en Cartagena y el miércoles en la playa de Zurriola, dentro del histórico festival de jazz de San Sebastián, Heineken Jazzaldia. Unos minutos más tarde, ya bien entrados en la conversación, Davies definirá como "un episodio romántico" el tiroteo en Nueva Orleans del 2004 que le dejó esos andares renqueantes.

Es él quien lanza la primera pregunta para interesarse por la situación económica de España. Recuerda "el aire intenso de Bilbao" la última vez que tocó allí y la conversación que mantuvo con un taxista sobre independentismo vasco. Después de irnos por las ramas durante unos minutos, pregunta: "¿En qué te puedo ayudar?". Davies es "un rockero inusual". Él mismo se ha descrito así en otras entrevistas. Hace 50 años compuso una de esas canciones que forman parte de la banda sonora planetaria, 'You really got me', entre otros temas míticos. A pesar de lo que dicta el decálogo rockero, nunca ha caído en adicciones a las drogas o en bacanales sexuales. Eso sí, su biografía está herida por periodos de profunda depresión. Su gloria no llegó al mismo extremo de otros músicos de su generación (Jimi Hendrix, The Beatles o The Rolling Stones), quizá porque The Kinks fueron vetados en Estados Unidos de 1965 a 1969. Podría preguntarle por su relación con su hermano menor, David, con quien formó el grupo en 1962 y con el que dejó de hablarse después de que The Kinks se separaran, en 1996. Pero, aunque escrita en el cuaderno de notas, esa pregunta queda sin formular. Se dice que Highgate (norte de Londres) es para los Kinks tan importante como Liverpool para los Beatles. "El lugar donde ha crecido la gente es importante. Fui a la escuela a la vuelta de la esquina y viví con mi hermana aquí al lado. Esto son mis orígenes y mi aterrizaje con la realidad y, aunque en mis composiciones no esté presente ya de una manera geográfica, psicológicamente siempre permanece conmigo", señala.

El tiroteo

Durante los 45 minutos que paso con Davies la conversación regresa una y otra vez a tres asuntos: la expulsión de Estados Unidos de The Kinks, el tiroteo en Nueva Orleans y el libro en el que habla de ambos episodios, que ahora convertirá en un disco, 'Americana'. "El libro es un viaje. Empieza cuando me marcho de Inglaterra para ir a Nueva Orleans hace 10 años y soy disparado en la pierna por un hombre que intentó robarnos a mí y a mi novia. Después de aquello pasé nueve meses recuperándome en un hospital de la ciudad. Hablo de toda esa experiencia y de escribir canciones mientras estaba ingresado", comenta 

Cuando era un crío, Davies soñaba con Estados Unidos: "Estaba fascinado con los vaqueros, el oeste. Cuando al fin viajé para allá y me di cuenta de que no era así, fue una gran desilusión". Por eso el tiroteo del 2004 tuvo algo de romántico, como reencontrarse por fin de una manera brutal con ese sueño infantil. "Ser tiroteado en el barrio francés de Nueva Orleans fue un accidente horrible, pero también fue muy poético. Mis 'cowboys' llevaban armas… Y décadas más tarde yo iba paseando por América y me disparan. Fue como una película", explica.

Mirando al infinito con sus ojos de un azul blanquecino, Davies habla de su existencia como quien recuerda un sueño a la mañana siguiente. Por eso no sorprende cuando deriva la conversación hacia su vida nocturna: "Estoy fascinado con el subconsciente porque creo que te dice la verdad. El camino durante el día es dictado por fuerzas externas, mientras que por la noche somos nosotros mismos los que tenemos el poder. Por eso es importante escuchar los sueños". Su próximo disco forma parte del mismo mundo intermedio entre el sueño y la vigilia en el que parece vivir: "Será buñuelesco, muy abstracto. Hay un tema llamado 'Morphine song' (La canción de la morfina) en el que cuento que viene el doctor a la planta de cuidados intensivos y comienza a cantarme. La morfina te manda a otro mundo y a mí me ponían constantemente para mantenerme estable después del tiroteo".

Davies fue uno de los primeros rockeros que escribió discos conceptuales. Comenzó con 'The Kinks are the Village Green Preservation Society' (1968), en el que habla de la vida tradicional de Inglaterra, de sus paisajes verdes o de cómo hacer mermelada. En el disco 'Americana' (todavía sin fecha de publicación) todas las canciones girarán en torno a un único tema: el viaje americano.

Relación maldita con EEUU

Los primeros discos de The Kinks muestran un gran amor por la música estadounidense, con sus versiones de Chuck Berry y temas con influencia del rhythm and blues. Pero la relación del grupo con el país norteamericano estuvo maldita desde el primer minuto. A su llegada al aeropuerto John F. Kennedy en junio de 1965 para su primera gira, un empleado de la aduana se fijó en el pelo largo de Ray Davies y le preguntó: "¿Eres un beatle o una chica?". Davies contestó: "Soy una chica y mi hermano también". El resultado fue la detención de todo el grupo durante varias horas. "Nuestra expulsión fue una mezcla entre mal comportamiento y mala suerte", reflexiona. Y continúa: "Tuvimos problemas con Hacienda. Además, Estados Unidos era, y aún lo es, un país muy conservador. Todas las bandas de música británica que estaban triunfando en el país le recordaban a los invasores. Yo me sentía así. Además, tuvimos un problema con el promotor, que no nos pagaba. Eso se combinó con que mi mujer en aquel momento era de la Unión Soviética, una refugiada lituana. Ella vino conmigo a Estados Unidos y cuando estaba tramitando el visado el Gobierno descubrió que su padre había trabajado para el Ejército soviético. Al regresar de aquella gira, en la que no hicimos nada de dinero, nos prohibieron la entrada indefinidamente".

Davies pensó que nunca más volvería a pisar Estados Unidos, que por entonces era el mercado donde se fraguaban los grandes éxitos. "Todos nuestros coetáneos, como Jimi (por Hendrix), The Who o Led Zeppelin, estaban allí, pero nosotros nos quedamos atrás". Tocaron por todo el mundo, España incluida, pero fue el veto americano lo que les impidió llegar más lejos. "No había ninguna televisión internacional que no estuviera atenta a los conciertos que se celebraban en Estados Unidos. Nos quedamos fuera del radar. Nos quedamos en Inglaterra y me puse a escribir canciones sobre tontas costumbres inglesas. Temas como 'Waterloo Sunset' o el álbum 'The Kinks are the Village Green Preservation Society', que están muy radicadas en este territorio y en esta cultura. Nuestra música habaría sido diferente si hubiéramos podido hacer giras por Estados Unidos", señala.

En su libro también trata del viaje de regreso de The Kinks a Estados Unidos en los 70 y 80, cuando Davies vivió "una especie de revancha" y fue capaz de llenar estadios. Ahora su relación con Estados Unidos es buena. Con España no tiene nada de lo que vengarse. Para él, es una vieja conocida: tiene amigos en Mallorca y sus giras en solitario suelen pasar por varias ciudades. "Con los Kinks recuerdo solo una vez que fuimos a Madrid en los 60. Supongo que allí la dictadura nos lo ponía difícil. Estuvieron a punto de no pagarnos. Nuestro batería, Mick Avory, tuvo un accidente de tráfico antes del viaje y tuvimos que buscar un reemplazo. Cuando estábamos en la puerta del local y el promotor español vio que uno de los miembros del grupo no era el de la foto, se enfadó", ríe.

Vida plácida

Su vida ahora tiene poco que ver con las giras frenéticas. Sale poco de su barrio londinense y compone desde su casa "mitad escribiendo letras en cuadernos, mitad componiendo en el ordenador". "En mi proceso creativo combino lo viejo y lo nuevo", dice. Por la plaza donde estamos pasa un coche con las ventanas bajadas y música dance. Se queda mirando y dice: "Nunca podría componer algo así". Un insecto se posa en su chaqueta. "Tiene un bicho en la espalda", le advierto. “Si fuera ese el único animal que tengo, todo iría bien… ¿Tienes ya todo lo que necesitas?”. Podría estar aquí hablando durante horas, pero creo que sí. “Marchemos, necesito un rato para hablar con mi representante”, concluye.