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'Operación Napoleón'

El 5 de mayo de hace 200 años murió Napoleón Bonaparte, uno de los personajes históricos más populares de todos los tiempos y también uno de los más controvertidos. Todo el mundo ha intentado apropiarse de su figura desde hace dos siglos.

Retrato oficial del emperador Napoleón Bonaparte, pintado por Francois Gerard, que puede verse en el Palacio de Fontainebleau.

Retrato oficial del emperador Napoleón Bonaparte, pintado por Francois Gerard, que puede verse en el Palacio de Fontainebleau.

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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En Francia hace días que no se habla de otra cosa más que de la conmemoración del 200º aniversario de la muerte de Napoleón Bonaparte. El militar convertido en emperador que puso patas arriba el mundo a principios del siglo XIX es el personaje francés más conocido en el extranjero. Y en su país nunca ha dejado de ser objeto de estudio y debate desde el final de sus días.

Napoleón murió en la isla de Santa Helena, un pequeño territorio situado en el Atlántico Sur y a unos 1.850 kilómetros de distancia de Namibia, la costa más cercana. Era, y es, territorio del Reino Unido y fue Londres quien decidió enviarlo a esa especie de prisión natural cuando se entregó tras fracasar en sus últimas campañas militares. Los británicos querían darle un escarmiento. No le perdonaban haber tenido la osadía de disputarles el dominio del comercio colonial.

Allí murió el 5 de mayo de 1821. Pocos días antes había hecho testamento. Su última voluntad era ser enterrado en París, cerca de las orillas del Sena. Pero sus carceleros lo impidieron. Fue enterrado en Santa Helena en una tumba sin inscripción en la lápida. Los británicos pensaban que con el tiempo la historia se olvidaría de Napoleón. Se equivocaban. Muy pronto comenzó un goteo de admiradores que querían rendirle el último homenaje. Mientras tanto en tierras galas despertaba pasiones.

El siglo XIX francés fue tanto o más convulso que el español. Después de Napoleón se restauró la monarquía. Primero fue rey Luis XVIII y después Carlos X. Ninguno de los dos tuvo interés en una restitución de los valores de la Revolución de 1789 ni de la época napoleónica. En cambio los grandes autores de la época no paraban de hablar de él. Escritores como Hugo, Stendhal, Chateaubriand y Dumas alababan la figura del hombre que había convertido Francia en un imperio.

Mientras, la situación política se iba complicando. Carlos X quiso hacer un golpe autoritario pero esto provocó la llamada Revolución de Julio de 1830, y se vio obligado a abdicar. Su sustituto fue Luis Felipe. Sintomáticamente en vez de coronarse rey de Francia, lo hizo como "rey de los franceses". Puede parecer una nimiedad pero quería ser un (pequeño) reconocimiento a la soberanía popular.

Los bonapartistas se integraron en aquel movimiento revolucionario y algunos viejos colaboradores de Napoleón ocuparon puestos de la nueva administración. Francia comenzaba a reivindicar aquella figura sin complejos. Por ejemplo, el nuevo rey dio órdenes de retomar las obras de construcción del Arco de Triunfo, promovido por Napoleón y parado por Carlos X. Además, muchas localidades comenzaron a dedicarle plazas y calles. Napoleón, sin embargo, continuaba enterrado en Santa Helena.

Entre los ministros de Luis Felipe estaba el historiador Adolphe Thiers, autor de una exitosa 'Historia de la Revolución Francesa' y bonapartista declarado. Fue él quien convenció el rey de negociar con los británicos la vuelta de los restos mortales y convertirlo en una gran acción de propaganda política para legitimar su régimen.

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Todo fue preparado con detalle, empezando por el lugar donde enterrarlo. Se descartó el Arco de Triunfo porque habría sido darle demasiado relieve. También se valoró darle sepultura bajo la columna de la plaza Vendôme, pero finalmente se decidió trasladarlo al hospital militar de los Inválidos (Invalides) para reducir su estatus a jefe del Ejército.

Ahora bien, fue una operación de Estado y se notó desde el primer momento. El encargado de dirigir la expedición a Santa Helena fue el príncipe heredero y cuando el 15 de diciembre de 1840 el féretro llegó a París, fue recibido por una multitud que llenaba los Campos Elíseos decorados para la ocasión y el Arco de Triunfo -ya acabado- se coronó con una enorme escultura de yeso de Napoleón. El cuerpo fue conducido a su destino por una carroza fúnebre tirada por 16 caballos emplumados con oro y el ataúd era sostenido por un conjunto de cariátides doradas. Los restos de Napoleón se depositaron bajo la cúpula de aquel majestuoso edificio junto al río, cumpliendo por fin su deseo testamentario.

Y después, ¿qué?

El retorno del cuerpo de Napoleón fue un éxito para la Monarquía de Julio pero insuficiente para garantizar su supervivencia. La corrupción política, la crisis económica y la presión del movimiento republicano desembocaron en una nueva revolución en 1848. Luis Felipe tuvo que abdicar y las idas y venidas de la historia de la Francia del siglo XIX continuaron.